Estadios políticos de evolución e involución

Aunque la vida social del país se impregna de un politicismo exacerbado casi como única tónica del quehacer, ni los intelectuales ni los políticos eligen de referencia la filosofía política crítica -si bien merece más que sólo ello- ni tampoco la toman a modo de método esquemático de análisis, por lo menos. Este vacío, sin duda, no extraña a la postre junto a otras elementalidades, lo que no deja de llamar la atención. Sin embargo, entre nosotros hay pocos, pero valiosos autores que se ocupan de la filosofía política.

Constituye parte de ese estudio sistémico la apasionante temática de lo premoderno, la modernidad y lo posmoderno, acápites a los que dedicamos modestos comentarios.

I. LO PREMODERNO

No es novedad que lo premoderno y tradicional es el blanco favorito del marxismo y del liberalismo burgués. Su eliminación es vista como necesaria para el progreso material. La tradicionalidad es considerada básicamente como obstáculo de la modernidad y es que el mundo premoderno se orienta -como impronta predominante y distintiva- por la costumbre, la familia y la religiosidad en calidad de sustento social. En suma, se trata de la “la antigua acción de dar forma a la vida social-ética”, conjunto que comparativamente con el mundo moderno daba sentido sustancial a una vida social natural y solidaria. El valor de cambio de la moneda, su uso y divulgación, hirió de muerte los moldes de la tradicionalidad, engendrando el sistema mercantilista para devenir en todos los males del capitalismo moderno.

El amor premoderno al medio ambiente es reclamado ahora por las tendencias posmodernas como conquista “revolucionaria” frente al industrialismo, a sabiendas que las formas ecológicas del presente vienen cronológicamente de lejos. Predomina la idea de que todo progreso de la vida social se ha logrado gracias a la eliminación de algún dato que fue eficiente en el pasado, miraje que, hasta cierto punto, resulta irracional cuando alaba todo progreso del presente sólo por ser innovación o progreso.

II. LA MODERNIDAD

Ésta puede reducirse al triunfo de la burguesía con su aparataje positivista, que no está exento de crítica. El Estado de derecho, el humanismo, el libre mercado y la democracia representativa, más el cientificismo y la tecnología son su marca de fábrica, por así decir. Lo anterior se ha hecho indivisible del consumismo y de la frivolidad, desde el espectáculo hasta la cultura “ligth” contemporánea, factores complementados con una publicidad engañosa, junto a la intoxicación comunicacional.

Este cuadro ha puesto en contradicción la ética con la racionalidad instrumental de los agentes modernos más activos, al extremo de desterrarnos a una “jaula de hierro de la servidumbre” en aras del materialismo. Si los empresarios son la representación corpórea del capitalismo, su instrumento más eficiente pero solapado es la burocracia. No en vano se dice que el género de los administradores es el verdadero señor y domine de las empresas.

Ingredientes como la mística religiosa, las artes y otras manifestaciones han sido desterradas del campo público-político, para refugiarse en la intimidad de algunos individuos de sensibilidad especial, empobreciendo los alcances culturales en grave detrimento social. Esta sociedad presa de anomia precisa, entre otros aspectos edificantes, revalidar comportamientos hoy en día casi desusados, pero necesarios: la dignidad, el honor, la fidelidad a los principios y valores y el respeto a la palabra comprometida.

(Continuará)