Históricamente, la diplomacia se remonta a la antigüedad, a la antigua Grecia, y a través del tiempo ha venido evolucionando hasta nuestros días. Y por definición, la diplomacia es la ciencia de las relaciones internacionales que adoptan los países para mantener sus relaciones dentro de un clima de paz, armonía y tranquilidad permanentes, lo que permite contribuir a la convivencia pacífica. Este concepto también es aplicado a las actividades políticas que desarrollan los estados.
En las actuales circunstancias de clima tenso que confronta nuestro país con Chile, como nunca antes, se ve la imperiosa necesidad de contar con un cuerpo diplomático de alto nivel, con elevadas condiciones de personalidad y jerarquía, para el manejo adecuado de nuestras relaciones con el país transandino.
Hoy en nuestro país un buen porcentaje del personal diplomático es improvisado y sin formación de grado académico en diplomacia, por lo que desconocen, en gran medida, los protocolos y códigos que se maneja a nivel diplomático. Son atribuibles a esos desaciertos las pobres representaciones realizadas por esos personajes, y los muchos fracasos sufridos por la diplomacia boliviana. El imperativo del momento es que el Gobierno nacional debe dotar a Bolivia de un cuerpo diplomático profesional, con profundos conocimientos y capacidad para el manejo de las delicadas funciones diplomáticas. En la Cancillería, las embajadas, consulados y otras representaciones diplomáticas se debe nombrar a personalidades que reúnan los méritos y condiciones suficientes en relaciones internacionales; ello para preservar la buena imagen del país; y porque ellos representan a más de 10 millones de bolivianos.
La comisión oficial que viajó a Chile en pasados días, encabezada por el Canciller del Estado boliviano, con la finalidad de constatar, in situ, la veracidad de las denuncias sobre arbitrariedades, maltrato y abusos que sufren los transportistas bolivianos, en los puertos chilenos de Antofagasta y Arica -antaño puertos bolivianos-, tuvo la virtud de evidenciar y mostrar al mundo la veracidad de aquellas denuncias y que, al mismo tiempo, también lo sufrieron los mismos miembros de aquella Comisión. Sin embargo, hubiese sido mucho más fructífera la inclusión, en la Comisión, de otros miembros de organismos internacionales como Aladi, Unasur u otros.
Sin embargo, también se debe lamentar que algunas autoridades del gobierno, precisamente en aquellos días, tuvieron expresiones muy emotivas y encendidas en contra de Chile; tal vez al influjo de un exagerado patriotismo chauvinista, hecho que exacerbó aún más los ánimos de los gobernantes chilenos; es de prever que esa postura complicará el poder sentarnos en la “mesa de conversaciones” para solucionar nuestro centenario encierro marítimo, por lo mismo que demandamos ante el Consejo Internacional de Justicia de la Haya (CIJ). Es necesario que las autoridades del gobierno reflexionen y sean menos beligerantes y declaren con mesura y cautela. Es de prever que, precisamente, se comete esos errores por falta de conocimientos de los protocolos de la diplomacia.
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