Segunda parte
III. LO POSMODERNO
Se compone de contenidos críticos de la cultura occidental y la ideología de la que es portadora recibe la denominación radical de “fundamentalismo neoliberal”, aunque no se puede negar la existencia de sistemas liberales atenuados. El Tercer Mundo (África, Asia y Latinoamérica) se vale de una doctrina reivindicativa del estilo de vida y de los valores ancestrales de sus correspondientes pueblos. Lo posmoderno relativiza también todo el plexo civilizatorio europeo y deriva en una corriente política que no excluye connotaciones religiosas “mágico teogónicas” aspirando, por otra parte, a una revitalización de “la originalidad y la capacidad de un desarrollo propio y autóctono”, que pueda contraponerse al carácter imperialista de la modernidad occidental. En tónicas como éstas el ideólogo indianista Fausto Reinaga proclamaba cuatro elementos desintegradores de la consciencia originaria: el Derecho Romano, el Código Civil Napoleón, los principios demoliberales de la Revolución Francesa y el marxismo leninismo.
Se afirma que antes de la conquista, los pueblos europeos se debatían en la pobreza y la ignorancia, habiendo generado su ulterior desarrollo a expensas de la riqueza y explotación de los recursos humanos y naturales de los pueblos colonizados. Inclusive, el subdesarrollo de éstos fue inducido desde fuera y al presente, por contrapartida, debe surgir una industrialización avanzada del Tercer Mundo como medio de restaurar su crecimiento “orgánico” y “natural”. Extrapolan especulaciones referidas a que la pretendida primacía y selectividad filosófica y política de Occidente se debe a una usurpación primigenia de las culturas del viejo Egipto, China y otras civilizaciones antiguas. En cambio, se pondera con embeleso idílico la vida apacible y suficiente -aunque en verdad carente de acontecimientos extraordinarios- de la vida de las naciones e imperios prehispánicos de América.
El plan deconstructivo de la herencia europea cruza presurosamente dinteles para adentrarse en la irracionalidad de objetar el “modelo social basado en el Estado de derecho y la vigencia de los derechos humanos”, revalidando el pasado autoritario de los pueblos indígenas, cuyos ejemplos elocuentes los tenemos en los imperios Azteca, Incaico y demás, regidos por autocracias teocráticas. Este modo de discurrir y argumentar está tomado casi en su integridad del molde intelectual del Occidente, y como dice H.C.F. Mansilla, “tiene poco que ver con las tradiciones vernáculas”, deviniendo más bien en la amalgama “de un marxismo tercermundista diluido por enfoques posmodernistas”, siguiendo las orientaciones de algunos autores foráneos. Paralelamente el progreso material y tecnológico occidental es visto con escepticismo discursivo por los teóricos indianistas, pero aceptados fervorosamente por sus pueblos y utilizados con gozo.
Si bien un sistema como este, donde ha podido implantarse pretende lograr niveles de desarrollo económico y crecimiento, imponiendo fuertes dosis autoritarias y centralizadoras que, por sus propias características, implica el mando de un jerarca omnímodo rodeado de un entorno privilegiado. Este poder hegemónico y pretensiosamente aceptado por el “sentido común”, se excluye de asumir responsabilidades ante el conjunto de la sociedad, reeditando formas absolutistas de otros sistemas.
Para abonar el terreno del voluntarismo y decisionismo se esparce una adecuada simbología vernácula aderezada con discursos de subidos tonos demagógicos, como viene sucediendo en nuestro país.
Fuentes:
Herencias Culturales: H.C.F. Mansilla.
La Civilización del Espectáculo: M. Vargas Llosa.
Hacia una Filosofía Política: Enrique Dussel.
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