Nadie podría negar que la muerte siempre confirma que la vida es corta, efímera y sujeta a perderse en cualquier instante y por cualquier motivo. Las muertes sufridas por tres mineros cooperativistas en circunstancias de enfrentamientos con la policía y la muerte del Viceministro de Régimen Interior por asesinato consumado por extremistas incrustados en el cooperativismo minero, al margen de muchas muertes violentas que hubo en el país en los últimos diez años, esta vez caló hondo en la conciencia de todos; muertes que han causado indignación, frustración, decepción, dolor y angustia no sólo en los familiares sino en toda la población.
Las enseñanzas que deja la muerte son siempre lamentables y causan dolor; pero, hay una experiencia que, como en el caso del Viceministro y de los mineros, la lección es mucho más amarga, frustrante, dolorosa y que, como muchas otras, dejan el sabor o la sensación de que todos hemos fracasado y mucho más el gobierno, porque no ha sabido crear y tomar conciencia de lo que son las condiciones de paz, los privilegios que significan el diálogo y la concertación, la profundidad espiritual de la humildad y la comprensión, la sabiduría y serenidad de la paciencia, la grandeza de servir para ser digno de ser servido; la verdad, finalmente, de comprobar que gobernar es servir y, en ese servicio, pueden haber amarguras y sinsabores y el poder no siempre es “color de rosa”.
Hay verdades que todos conocemos y todos podríamos practicar porque todos querríamos disfrutar de una paz interna, de una conciencia tranquila, de una vida sin mancha, de una existencia plena de haber servido, más que de haber sido servido. Todos contamos con una conciencia que en el fondo de cada corazón y cada mente, es, en definitiva, el espíritu del que Dios nos proveyó con multitud de virtudes que no siempre podemos traducirlas en valores y principios.
¿Cuánto descuido, nomeimportismo, desidia e indiferencia hubo para encontrar caminos de solución al problema de los cooperativistas mineros? ¿Cuánta intransigencia, petulancia y hasta machismo demostraron los dirigentes mineros que también ocasionaron llegar a los extremos que han dolido tanto? ¿Cuán poca disposición al diálogo hubo en ambas partes? ¿Cuánta decisión estuvo preñada de exigencias, de condiciones que favorezcan sólo a una de las partes? ¿Cuál de éstas expresó el criterio de dialogar pero sin condiciones, sin tapujos ni trabas ni engaños que lastimen y destruyan el mismo espíritu del diálogo? Todo muestra que hubo poco o nada; pero, eso sí, se hizo gala de soberbia y petulancia, de creer que se es dueño y señor de la situación, de que se tiene poder y éste debe imponerse a raja tabla ¿Cuánto capricho y ensimismamiento para convenir, concordar, transigir y hasta renunciar a algo que no sea importante? No, no hubo nada de ello porque había que imponer lo que cada parte consideró que era su derecho mantener.
Así lo acontecido; ¿se habrá aprendido de todo ello? ¿Será posible un mínimo de renunciamiento humilde y generoso? ¿Será factible practicar la virtud de la bondad y el perdón? O es que, ¿habrá persistencia para enfangarse más en el odio, el revanchismo, los deseos de venganza o las ansias de “sentar la mano”? ¿Será posible entender el dolor de familiares que sufren la pérdida de sus seres queridos? ¿No creen que las lágrimas de todos ellos pueden caer sobre todos los que sientan los empellones del capricho, de la “vendetta”, del “ojo por ojo y diente por diente”?
Es mucho, muchísimo el dolor que lacera la vida de todos los componentes de esta patria tan dolida, tan exigida, tan descuidada, tan abandonada y, sobre todo, seguir siendo víctima de la ingratitud de quienes recibieron tanto de ella y no son capaces de retribuirle siquiera una migaja.
Muchos al leer este artículo compartirán lo expresado; otros, hubiesen querido más y ansiado, a la vez, dar palos a diestra y siniestra; muchos creerán que son frases plañideras que no corresponden para las circunstancias en que vivimos; pero, estoy seguro de que los más querrían que, efectivamente se dejen a un lado los odios, las petulancias, la soberbia y el creer que se es todo cuando se tiene conciencia de poco. Muchos pensarán que este artículo “suena a neoliberal”, “al imperio”, a la “derecha”, al “vendepatria”; en fin, no gustará esta nota al que no sienta nada comparado con quienes sienten tanta angustia.
Pasados los hechos sangrientos y dolorosos parece que no fue posible aplacar los ánimos ni deponer sentimientos vengativos y surgieron las amenazas para juicios y castigos que si bien deben ser instaurados contra los responsables de las muertes conforme a las leyes, pero sin que queden rastros de petulancia que pueden degenerar en revanchas o venganzas; que el clima disociado se amaine, que las tormentas de la indignación caigan por su propio peso y que, las discordias entren en períodos de concordia donde es posible el diálogo, la avenencia, la amistad y crear condiciones para encarar los multiples problemas que aquejan al país. Que el gobierno comprenda cuál es su labor: servir, pero hacerlo con amor, cumplir con la gestión que debe hacer, pero con mucha responsabilidad y grandes dotes de honestidad; buscar los caminos para reestructurar el sistema judicial, pero hacerlo bajo principios de equidad y ecuanimidad. Olvidar las designaciones “a dedo” que tanto problema han creado y que sólo fueron semilleros de discordia, resquemores y odios que separaron, lastimaron y discriminaron. La oposición deberá tomar conciencia de su papel que debe ser constructivo y aportante de remedios a los problemas; no esperar a ser gobierno -si ello ocurre- para recién pensar y aplicar soluciones. El pueblo, con seguridad, actuará en los rumbos que trace el gobierno pero sobre bases de paz, concordia, armonía y responsabilidad; lo demás, será seguir en la práctica del populismo y la demagogia que sólo agravan los males y lastiman al país.
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