Actitud crítica respecto al Brasil

Conocida la noticia de que Dilma Rousseff fue destituida del alto cargo de presidenta de Brasil, inmediatamente el primer mandatario Evo Morales “convocó” al embajador de Bolivia en Brasilia, como protesta por dicho acto que, sin embargo, se tramitó con plena sujeción a la normativa vigente en el vecino país, previa calificación puntual de la comisión de delitos relativos a la administración presupuestaria, empero descartando el tema de corrupción. El presidente Morales subrayó textualmente: “estamos convocando a nuestro embajador en Brasil para asumir las medidas que en este momento son aconsejables”. En sintonía con la propia ex presidenta llamó “golpe parlamentario” a la decisión.

Algunas fuentes refirieron que la convocatoria “no afecta a las relaciones bilaterales” y que el llamado al embajador a rendir informe de lo sucedido no equivale a un rompimiento de relaciones. Al contrario, ese llamado no deja de expresar desagrado por un tema ajeno al país y que fue asumido dentro del ejercicio soberano del que está investido el senado brasileño, además enmarcado en política interna. Inmiscuirse en esa prerrogativa privativa no solo es un acto indebido, sino que compromete las buenas relaciones boliviano-brasileñas.

No debe perderse de vista que la vecina nación es el principal socio comercial de Bolivia a través del negocio del gas, rubro importante alrededor del cual no se puede aventurar acciones que puedan derivar algún momento en formas de retaliación. En el pasado inmediato estas relaciones atravesaron caminos de tensión y alejamiento, al extremo que Itamaratí dejó por bastante tiempo acéfala la embajada en Bolivia. La situación se originó porque un alto funcionario diplomático brasileño facilitó por sus propios medios la llegada del senador Roger Pinto a su territorio. Este hecho daba fin a un largo asilo en oficinas de la legación, originado en que la cancillería se negaba a otorgar el correspondiente salvoconducto.

Por otra parte, Brasil ha concedido refugio político a numerosos ciudadanos bolivianos que alegan persecución política, circunstancia cuestionada por el Palacio Quemado. Todo este complejo que sale de la normalidad deseada, exige un manejo juicioso e inteligente que la mencionada convocatoria no favorece.

Como el manejo diplomático no es sencillo ni debe responder a manifestaciones provenientes de amores o desamores ideológicos, requiere una constante y puntual observación del entorno ya que un aislamiento no permite pisar tierra firme en el acontecer internacional. Las condiciones políticas están cambiando en el hemisferio en el que nos encontramos. El Gobierno nacional que gozaba de pares afines hoy observa que han cambiado su orientación, dejándonos solos en el ruedo. Entre ellos se cuenta el Perú, Argentina, Paraguay, ahora Brasil y ni qué decir Chile.

No es, pues, dable que aún Bolivia aparezca siguiendo las consignas intransigentes y casi sectarias de los escasos gobiernos latinoamericanos que anteponen sus posturas políticas a la realidad. En contrapartida solo permanecen en pie Ecuador y Venezuela, éste último tambaleante, pero fiel al estilo chavista rompió de cuajo sus relaciones con Brasil ante el cambio de Gobierno y cayó en una especie de amenaza inintelegible.