Arturo D. Villanueva Imaña
Existen, sin lugar a dudas, múltiples razones para explicar, entender y analizar la muerte y asesinato de los mineros cooperativistas y el viceministro Illanes, que seguramente todos hemos hecho, por la enorme gravedad, daño y dolor que nos provocan.
Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre una que eventualmente no ha sido mencionada. Se trata de esa compulsiva actitud y práctica gubernamental en la que ha caído este régimen (especialmente desde el año 2009 cuando las conveniencias de la coyuntura lo llevaron tan tempranamente a negociar, “transar” e incluir modificaciones en el Parlamento que no tenía por qué, ni debía hacerlo, a la Constitución emanada de la Asamblea Constituyente), y que tiene que ver con la decisión de conservar el poder “a como dé lugar” y “cueste lo que cueste”.
Es decir, priorizar la reproducción del poder y la conservación del gobierno, como la estrategia fundamental de sus acciones; muy por encima, al margen, e inclusive traicionando su obligación y responsabilidad de construir un nuevo Estado, tal como se había establecido como mandato popular y Constitucional.
Muy atrás quedó la esperanza, la expectativa y, principalmente, las tareas de transformación y cambio de la sociedad, la economía y el Estado, porque sencillamente se interpuso el afán y la codicia por mantenerse (mejor si indefinidamente), en el gobierno y el poder.
Por eso se entiende esa actitud arrogante, autoritaria, totalmente confrontacional que, a título de defender la “autoridad” y la majestad del poder, nunca ha querido escuchar a los sectores sociales movilizados. Más bien ha optado por reprimirlos violentamente y, sobre todo (a través de la violencia utilizada, el cansancio y los largos periodos de NO escuchar demandas), buscar la división, la deserción y las pugnas internas entre los movilizados, con tal de desatender u ofrecer “acuerdos” y salidas a su conveniencia, independientemente del costo, el sacrificio y hasta los heridos y muertos que (como en el caso de los cooperativistas), se han multiplicado hasta superar los muchos sucedidos en épocas neoliberales y reaccionarias.
Y así como se ha querido cambiar la Constitución para favorecer la rereeeeelección del Presidente y Vicepresidente, con tal de conservar el poder a como dé lugar e indefinidamente si es posible; así también se ha encontrado esta forma de atender y resolver los conflictos sociales y las movilizaciones. Como de lo que se trata es de preservar, proteger y mantener el gobierno y el poder, la importancia fundamental de construir un Estado diferente, que corresponda mínimamente a una democracia respetuosa de la diferencia, la disidencia, la oposición y el pensamiento libres, se convierte en un sueño combatido y violentamente reprimido por el régimen. Las libertades no importan, estorban; y por eso se las “atiende” reprimiéndolas, como se lo ha hecho una y otra vez.
Aunado a ello y encaprichados en detentar autoridad y poder, también pierden (o no tienen, o no quieren tener), la más elemental capacidad autocrítica que permita ver los conflictos y problemas de una manera clara. Por eso son incapaces de explicar y analizar razonable y objetivamente los acontecimientos, y prefieren encontrar culpables (no soluciones y mucho menos causas). Esos culpables generalmente son resultado de una imaginación que ni siquiera es elementalmente básica o suficientemente rica, porque invariablemente termina por identificar a una supuesta derecha, el imperialismo u otros fantasmas, como los responsables de tan duros, dramáticos y violentos acontecimientos, con sus graves consecuencias que se suceden periódicamente en el país. Si no, basta ver lo sucedido con la movilización de los discapacitados que se produjo no hace mucho tiempo; ni qué decir con Takovo Mora, Chaparina por el conflicto del TIPNIS, Caranavi, etc.
Este legado de violencia y represión como respuesta a las movilizaciones sociales (que a posteriori inclusive implican su penalización y judialización como otro castigo); si bien circunstancial y temporalmente pueden “reforzar” su sensación y falso convencimiento de que conservan y proteger su “autoridad” y gobierno, o persuadirlos de que lo mantienen fuerte; sin embargo, es claro que se traducirá en un boomerang reforzado por su incapacidad autocrítica y el desprecio con el tratan los acontecimientos y la percepción ciudadana.
El autor es sociólogo boliviano. Cochabamba, Bolivia.
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