En un periódico local, el 7 del presente, el conocido sociólogo Ricardo Paz Ballivián ha escrito un extraño e interesante artículo titulado “Bolivia 2045”, en el que se plantea un escenario hipotético que podría producirse con un resultado espectacularmente bueno y deseable, muy diferente al que actualmente estamos viviendo.
Es decir, dentro de más de tres décadas a partir del presente año, sin indicar de qué manera se produciría y bajo qué condiciones políticas, económicas y sociales, la Bolivia del 2045 tendría una institucionalidad democrática impecable, donde existiría un estado de derecho pleno, además de otros atributos que seguramente tendría el beneplácito colectivo distinto al actual panorama que cada vez está mostrando mayor incertidumbre y poca esperanza en el futuro, pese a la apreciación oficial que sigue siendo electoralista.
Probablemente, lo que pasó por su mente es lo que ocurre con la mayor parte de los que estamos dedicados al análisis cotidiano, que muchas veces no encontramos un hilo conductor que pudiera ser atractivo y no tan especulativo como el artículo de referencia, aunque ha cumplido con el objetivo de reflexionarnos con respecto a la proyección del actual modelo, cuya vitalidad y fortaleza cada vez está más cuestionada, dada su fragilidad y dependencia externa, además de su vulnerabilidad interna.
No hay duda que el actual contexto político e institucional no es favorable para el debate de los problemas nacionales, ya que al no haber independencia de poderes el debate se torna difícil, estéril y sin interlocutores, ya que la práctica política es la de la imposición o la aplicación del rodillo parlamentario.
Posiblemente en el imaginario del 2045 está implícito un cambio del modelo institucional, por el cual se estaría pensando en la vigencia de un parlamentarismo, en lugar del presidencialismo, vigente en nuestro país, que no tiene visos de jugar a la alternabilidad, ya que existe la idea de que el actual mandato emana de un poder poco menos que divino.
De hecho ambos modelos presuponen la existencia de la alternabilidad del poder, donde el principio básico es el respeto a la mayoría, como ha venido ocurriendo hasta ahora con los países europeos, aunque como estamos viendo en el caso español, pese a que la mayoría del pueblo votó por un candidato, en el parlamento unos “pocos jovenzuelos” se entretienen con el bloqueo, inviabilizando la marcha del proceso democrático, luego de que el Pacto Social de la Moncloa logró derrotar al golpismo y la dictadura, constituyéndose en un ejemplo institucional con valor universal muy importante.
En efecto, si bien en esta pugna entre presidencialismo y parlamentarismo se podría diferenciar entre países como EEUU, cuyo sistema político es Presidencialista, y a España, cuyo régimen es Parlamentarista, como todo sistema político éstos tienen sus lógicas carencias, aunque el carácter liberal y las ventajas son ampliamente superiores en un régimen que en otro. La ventaja más importante del sistema presidencialista frente al parlamentarismo es la rígida separación de poderes y la elección independiente del legislativo y el ejecutivo, siempre que exista una clara conciencia democrática colectiva y no simplemente un afán de poder e indiferencia una vez que el votante cumplió con esta obligación, cada vez que se lo convoque. En consecuencia, la independencia de poderes y la alternabilidad son valores o principios indisolubles en un sistema democrático.
En un Estado Presidencialista, el pueblo tiene la potestad para elegir al Parlamento y al Presidente de forma independiente uno de otro, sin que el Presidente tenga que pertenecer al partido mayoritario del Congreso; mientras que en el Parlamentarismo se elige exclusivamente a un Parlamento que, posteriormente, elegirá como Presidente al candidato del partido con más escaños, por lo que la voluntad popular, en muchas ocasiones, se ve reducida a la mera voluntad de unos cuantos, estableciendo cuando lo necesitan pactos con otros partidos que en muchos casos no coinciden en programa y en ideología, arrebatando el futuro gobierno a proyectos mayoritarios que se quedan a las puertas de formar un Gobierno por tan sólo un diputado.
El articulista de “Bolivia 2045”, también habla de una economía que habría superado el extractivismo, instaurando un modelo de producción dinámico que básicamente estaría afincado en la producción de alimentos para la humanidad, que sin duda es el camino más idóneo que tenemos, que sin embargo no está exento de muchos problemas de carácter estructural y humano.
De hecho, tendríamos que superar el excesivo fraccionamiento de la propiedad del suelo agrícola que desde ya es un problema estructural inmenso, por su contenido social y por la transformación empresarial que este objetivo supone. Además de la formación de los recursos humanos, cuya tecnificación es una condición ineludible e insalvable, lo que representa un esfuerzo individual y colectivo muy grande.
Tanto en el área tradicional como en la expansión de la frontera agrícola, en las tierras bajas, donde las condiciones de producción requieren mucha tecnología, especialmente en lo relativo a su manejo y preservación. Al margen de su transformación empresarial, donde la actividad tiene un carácter extensivo con importantes economías de escala.
Estamos hablando de una verdadera revolución agraria y tecnológica, que sin duda tendría ese futuro imaginario, constituyéndose la agricultura, junto a la foresta y la ganadería en un punto de referencia importante para el desarrollo de la región en su conjunto. Obviamente, el articulista también imaginó cambios en nuestro relacionamiento externo, donde debería reinar la mayor armonía y respeto, ya que la economía agrícola involucra una masiva movilidad de factores tanto para su propio desarrollo como para su desplazamiento.
El Ing. Com. Flavio Machicado Saravia es Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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