Un historiador dijo en cierta oportunidad que “la violencia es la partera de la historia”, sentencia que se ajusta a un reciente caso ocurrido en Bolivia. Efectivamente, el enfrentamiento armado que se produjo entre cooperativistas mineros pertrechados de dinamita y las fuerzas policiales fortalecidas con recursos modernos, dio a luz el sistema capitalista en el sector minero, donde solo había un primitivo régimen semifeudal y semicapitalista que trataba de romper las cadenas en que estaba atrapado, aunque también miraba al pasado como la mujer de Lot.
Hace unos diez años se produjo la alianza entre el partido de Evo Morales con el movimiento cooperativista, en particular con los empresarios burgueses de ese sector, con objetivos electorales, al extremo que los mineros obtuvieron cuotas de poder (un ministerio, asientos parlamentarios y otros), situación que les permitió conseguir grandes créditos, liberación de impuestos, regalo de maquinarias y vehículos, etc. Se produjo, en esa forma, un extraordinario enriquecimiento de los empresarios cooperativistas que se convirtieron en una poderosa burguesía, algo que solo pudieron obtener gracias a la alianza con el partido gobernante. Ese hecho se produjo como resultado del proceso de crecimiento del sistema capitalista que vive el país y pese a que el gobierno estuvo predicando a voz en cuello que era anticapitalista y estaba construyendo el socialismo.
La burguesía minera registró un desarrollo extraordinario, aunque con base en un capitalismo salvaje con grandes resabios feudales. Sin embargo, debido a la crisis económica estatal el gobierno decidió ajustar las tuercas a los cooperativistas, sector al que si se imponía medidas tributarias, podría salvar las dificultades que atraviesa, decisión que provocó al antagonismo y el consiguiente estallido de violencia.
El resultado lógico de los dramáticos hechos de fuerza (en Sayari, Panduro) fue que empresarios cooperativistas y sus obreros salieron a defender su sistema y dar batalla, mientras el gobierno se aferraba, sin dar brazo a torcer, a sus principios socialistas y anticapitalistas. Sin embargo, el fruto final fue una “salida” inesperada. Efectivamente, el gobierno dictó varios decretos mediante los cuales estableció -en el sector más importante del movimiento cooperativo-, el sistema de producción capitalista, al disponer que las cooperativas se conviertan en empresas y sus semiobreros hasta entonces, pasen a convertirse en obreros con derechos laborales de tipo capitalista. Al mismo tiempo dio la posibilidad a cooperativas menores de seguir ese “modelo”.
En síntesis se llega a la indudable conclusión de que la orientación anticapitalista y socialista del gobierno, repetidamente proclamada a nivel nacional e internacional por el presidente Morales, fue echada por la borda y, en cambio, puso en aplicación el sistema de producción capitalista y antisocialista en el sector minero afectado, fortaleciendo, en esa forma, la corriente general en que se encuentra la sociedad boliviana. Es más, ese “salto” económico será beneficioso para los empresarios capitalistas, los obreros y el país en general. Es más, la clase obrera será la más beneficiada por esa decisión.
Finalmente, mientras en el sector minero se produce ese fenómeno capitalista, también ocurre lo mismo con gran intensidad en otros sectores de la sociedad boliviana y, más temprano que tarde, inexorable e inevitablemente, este sistema se impondrá, echando al basurero la utópica ideología populista.
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