Cuando el mal se anida en el corazón de las personas, no hay nada que lo detenga y busca, por todos los medios, víctimas propicias para descargar toda su insanía, su sed de sangre y los dictados de un fanatismo religioso que cobra víctimas casi permanentemente. El pasado 11 de septiembre se recordó el sacrificio de miles de personas que al estrellarse dos aviones comerciales en las torres gemelas del World Trade Center y otros dos en El Pentágono y en la ciudad de Filadelfia, prácticamente enlutaron a toda la humanidad que se sintió dolida y angustiada profundamente en sus sentimientos por los cuadros de horror que causó el terrorismo.
Un total de más de 3.000 personas murieron al desplomarse las dos torres -norte y sur del WTC-; y se remató el gran crimen en Filadelfia con la muerte de muchos al caer el avión que pretendían recuperar los pasajeros. Finalmente, en las acciones de salvataje de las víctimas fallecieron más de 500 bomberos y policías; centenares fueron trasladados a hospitales con heridas graves. En total el número de víctimas es incontable y lo es mucho más si se toma en cuenta a millones que conforman la población de los Estados Unidos y la de todo el mundo que compartió el dolor y sufrimiento que hicieron suyos los sentimientos de angustia y amargura de quienes perdieron a seres queridos y de todos aquellos que en antesalas de hospitales y clínicas oraron esperanzados en que sanen de sus heridas.
El gran atentado no sólo asestó una herida a los Estados Unidos como nación y como país receptor de millones de migrantes que han encontrado a través de varios siglos cobijo, trabajo y buenas condiciones de vida porque acoge a personas de todo el mundo sin distinción de credos religiosos, razas, culturas, posición económica, etc. porque Estados Unidos, desde su independencia lograda el año 1776, ha hecho culto a los derechos de libertad, trabajo, democracia y justicia para todos los hombres y mucho más para los que buscan ser alojados en su seno y contribuir a la grandeza que hoy posee y lo coloca como a la primera potencia mundial, económica, cultural y de amor a la libertad y la democracia.
Rememorar el 11 de septiembre -casi siempre bajo la sigla S11- ha sido para el pueblo estadounidense causa de dolor, llanto y rememorar un hecho vandálico jamás igualado en la historia de la humanidad. Esos mismos sentimientos han sido parte de la vida de millones de personas en todo el mundo. Estados Unidos, como país y conglomerado de personas que aman la libertad y honran los derechos humanos y fortalecen los idearios democráticos, sufrió muchos atentados, muchas decepciones y dolores estoicamente, con la seguridad de que resurgirá hasta de las peores tragedias porque es la vida del ser humano lo que cuenta.
El terrorismo fanático y que se escuda en la religión islámica y más en el Estado Islámico, considera -como muchos fanáticos, acomplejados, odiadores y resentidos en diversos puntos del globo- que quienes no piensan ni sienten como ellos y hacen de su vida un existir para el odio, el revanchismo y la discriminación, no merecen consideración y, si la tienen, no debe ser bajo los dictados del fanatismo religioso que busca la extinción de los bienes y virtudes que hacen a la existencia del hombre una razón de vida que es bendecida por Dios.
Mientras el ser humano sienta los hálitos de vida con el imperio de las libertades, el amor fraterno entre todos y primen las condiciones para alcanzar altos índices de vida practicados en democracia, habrá rechazo y condena al iyadismo islamita que, junto a otros grupos terroristas, busca la repetición, en grande y pequeño del holocausto del World Trade Center que se ha convertido para la humanidad en monumento que alberga los mejores y más caros sentimientos de quienes buscan que el amor, el diálogo, la armonía, la concordia y las libertades sean partes sustantivas en la vida de todos los pueblos; vida sin rencores ni discriminaciones, sin complejos ni revanchismos que sólo despiertan inquinas y causan enfermedades en los espíritus, males que son mucho más dañinos que las heridas que se causan en los cuerpos de sus víctimas.
El 11 de septiembre de 2001 quedará inscrito en la historia de la humanidad como fecha de un holocausto y muestra de los extremos a que puede llegar el odio, ese odio causante de guerras, enfrentamientos, violación a los derechos humanos y práctica de delitos que agrandan los males que aquejan a la humanidad. Son los pueblos conscientes de sus propias virtudes los que harán acopio de valores y principios para que la humanidad tome medidas contra quienes buscan sólo sembrar la muerte y la destrucción.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |