Dicen que el Gral. José Ballivián era un mozo bien plantado, erguido, orgulloso e imponente. Aquellos que fueron sus partidarios lo amaron con entrañable cariño y como él lo sabía, con el tiempo aumentó su vanidad, lo cual atrajo resistencia entre sus enemigos.
El personaje de esta historia tenía como pasatiempo salir de paseo, ya sea a pie o a caballo, cada tarde después de terminar su trabajo administrativo. Salía de Palacio seguido por un brillante cuerpo de edecanes que se presentaban cada día con un uniforme de paño del mismo color del que llevaba Su Excelencia. Dicen que era un gusto ver a ese séquito compuesto también de apuestos militares.
Un día salió de paseo a caballo y designó para esto a un zaino, que en la caballeriza se lo conocía con el nombre de Uchumayo, hermoso ejemplar de raza, que había concurrido con el General a la gloriosa jornada del 18 de noviembre. De manera que Uchumayo era meritorio y muy considerado por sus servicios y por su edad. El hacía lujo y ostentación en sus movimientos, al parecer el orgulloso alazán se exhibía en las calles de tal manera que los paseanderos exclamaban “para tal jinete tal caballo”.
Un día salió el Presidente de Palacio con dirección a la Plaza de San Francisco y pasando por la calle Comercio encontró a un joven simpático, pero inmóvil. Notó el general cierta indiferencia en el hombre y al pasar por su lado no le hizo cortesía ninguna, más bien le dijo con desfachatez: “Doy 2.000 pesos por el caballo y el jinete”.
El presidente rojo de cólera miró de pies a cabeza al intrépido comprador, lo midió en toda su humilde dimensión y picando su caballo dijo a uno de sus edecanes: “Indague quién es ese individuo”.
La noticia de la oferta circuló con rapidez por la ciudad, muchos ya lo creían soldado raso para el 5to de artillería. Otros auguraban un golpe de autoridad para el infeliz que había visto muy chico al toro y quiso hacerle un pase de muleta.
El joven era de buenas disposiciones intelectuales, había seguido con brillante éxito sus cursos de filosofía, matemática y derecho, luego hizo su práctica y rindió examen de abogado, habiéndose recibido con un magnífico “examen sobre tablas”.
Su título de buen profesional, sin embargo, no le dio cabida en el mundo abogadil, en el cual reinaban unos cuantos jurisconsultos de experiencia y clientela y por más grandes merecimientos que hubiese tenido nuestro agresivo joven, los litigantes no lo buscaban para la dirección de sus causas.
Así pasó mucho tiempo entre fracaso y fracaso y según las informaciones que le dieron al Presidente, el pobre comprador dejó la práctica de las leyes y más bien se dedicó a empinar el codo, poniendo en evidencia el cruel despecho de su triste situación.
Cuál sería el susto al recibir la orden de comparendo ante el Presidente de la República, para entonces ya se le habían disipado los vapores alcohólicos y solo recordaba vagamente algo de lo que había sucedido aquella tarde. No le quedo más que acudir a la cita en Palacio de Gobierno y se presentó ante el General, quien lo recibió con esta interrogación: ¿Así que usted quería dar 2.000 pesos por el caballo y el jinete?
El pobre lívido vaciló un momento y contestó:
-Excelentísimo Señor, el individuo que ayer ofreció 2.000 pesos por el jinete y por el caballo se ha fugado esta mañana, dejándome en su lugar lleno de vergüenza y humillación, me ha abandonado entre las prisiones del remordimiento, del oprimido y torturado por el inexorable juez de mi conciencia.
-Joven, ojalá sea eterna la desaparición de ese individuo que lo conduce a usted por el camino del oprobio y el deshonor. Los hombres de bien dominan con energía y voluntad los vicios y las pasiones. Quiero decirle que el Gobierno quiere utilizar sus servicios y lo nombro hoy Juez de Letras de la provincia Ingavi. Vaya Ud. allí, estudie como siempre y sea hombre útil para su país.
Informado el Presidente de la República de las buenas intenciones y cualidades del joven abogado, se había cerciorado de que la ociosidad le presentaba el camino del vicio, hizo las indagaciones con su Ministro de Justicia, Sr. Buitrago, preguntando cuál judicatura estaba vacante y ordenó que se extendiese el respectivo título a favor de él, quien dicho sea de paso sirvió al juzgado a las mil maravillas, llegando a ocupar cargos muy importantes y altos puestos en la magistratura y administración.
Qué tiempos aquellos en que el destino buscaba a los hombres basándose en sus conocimientos, con justicia y sabiduría, felices épocas de autoridades enérgicas y sabias que gobernaron con la ley en la mano y se hacían respetar.
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