A principios del Siglo XX, uno de los establecimientos de abarrotes y mercaderías en general, más grande y surtido que existía en la ciudad, fue El Arca de Noé. Su propietario, D. Néstor G. Aramayo, exitoso negociante, gordito y bonachón, estampa de un “ekeko”, era cariñosamente llamado por sus amigos y clientes “El Pekote Aramayo”.
Este antiguo establecimiento, instalado en 1875, estaba situado en la esquina de la calle Yanacocha y la plaza Murillo, números 84, 85, 86,87 y 88. Contaba con un surtido general de mercaderías para caballeros, señoras, señoritas y niños, variedad inmensa de juguetes, tarjetas, álbumes, alumbradores para procesiones, telas, artículos para escritorio, licores y conservas importadas de Europa y Estados Unidos, cigarrillos, habanos, santos de iglesias, opúsculos, manuales de Rocambor, fichas, novenas de todos los santos y vírgenes, botines, zapatillas, sombrillas de última moda, antucas, chales, mantillas y mantones traídos exclusivamente desde España.
Polvos de velutina y de arroz, abanicos de seda, nácar, peinetas para la cabeza, ligas, cuellos y puños para los caballeros, navajas de barba, “gorras de escritorio”, pólvora inglesa, escupideras, cortaplumas de metal y de concha y perla, anteojos para el teatro y el hipódromo, vajillas de porcelana, de loza, arroz, azúcar, condimentos, pinturas… en fin, en este almacén se podía encontrar desde bolitas de cristal para los niños, hasta muebles europeos. Eso explica lo significativo de su nombre: “El Arca de Noé”
Cierta vez, allá por el año 1910, ocurrió algo singular que rompió la monotonía de la vida cotidiana de la ciudad.
En medio de las innumerables importaciones, recibió el señor Aramayo un lote de espejitos y postales parisienses.
Las postales en blanco y negro mostraban lindas mujeres, con sombreros alones, coquetas sombrillas, mas no llevaban otra cosa que unos calzones transparentes y el corsé “semi desabrochado”. Mostrando por lo tanto una leve línea de sus hermosos y protuberantes bustos. Otras fotos eran las de jovencitas balanceándose en un columpio adornado de flores y tal parecía que la fotografía había sido tomada en el preciso momento en que ella mostraba las piernas emergiendo del nido de tules y encajes que rodeaban su falda o con parte de los hombros escotados y sus faldas volando en el viento, de modo que se podía ver sus muslos cubiertos por “solo” unos calzones transparentes.
Estas damiselas fueron exhibidas con entusiasmo por el “Pekote Aramayo” en las grandes vitrinas de su tienda, como la última novedad llegada desde la “ciudad luz”, las fotos postales de mujeres “kalanchas” hicieron furor entre los caballeros y jóvenes de nuestra ciudad.
Muy pronto el “El Arca de Noé” se vio inundado de señores y señoritos que pugnaban por obtener las novedosas postales, para mostrarlos en secreto a sus amigos, en las noches de “club” o en la oscuridad de una plaza.
Demás estar decir que las damas de la sociedad paceña escandalizadas levantaron el grito al cielo, iniciando una ola de críticas y protestas; todas las sociedades católicas de beneficencia e instituciones culturales de señoras se pusieron en emergencia. No faltaron, “como siempre”, los muchachos estudiantes que, invirtiendo todos sus ahorros, adquirieron una que otra postal, causando el consabido alboroto de los maestros, especialmente de los padres del Colegio San Calixto, quienes por cierto recibieron la noticia como un balde de agua fría, ya que como fundadores de las agrupaciones de “Hijas de María” en todos los colegios católicos de señoritas de la ciudad, fueron receptores de la alarma y quejas de las damas paceñas pertenecientes a estos grupos y fue así que iniciaron desde todos los pulpitos de las iglesias de esa época, una campana de predicas en contra del “Pekote Aramayo”.
Los curas con predicas incendiarias pedían la excomunión de Aramayo, levantando al vecindario para que vaya a confiscar la mercadería insolente e inclusive quemar El Arca de Noé, recinto del mismísimo diablo que había llegado a La Paz para pervertir a los jóvenes y caballeros.
Esta campaña sagrada en contra de las postales diabólicas, contra todo lo previsto por los santos guardianes de la moral hizo que El Arca de Noé se empezara a llenar; al “Pekote Aramayo” le faltaron manos para vender y naturalmente ante tal demanda, subió el precio de la mercadería que se agotaba. El Pekote se hizo rico con las bellas señoritas que vinieron en fotos postales desde París, se las vendió por algún tiempo y la fiebre pasó.
Muy pronto todo volvió a la normalidad, gracias a las oraciones y rogativas de las señoras tan pudorosas de aquel entonces, en San Agustín, La Merced, San Francisco, la Recoleta y el Montículo.
El Arca de Noé como todo lo bueno y bello de antaño pasó a la historia. Sin embargo perdura en las memorias de la ciudad de La Paz el recuerdo de la bonachona figura del “Pekote Aramayo” detrás de su mostrador, alabando las bondades de su mercadería, vendiendo novedades y todo lo indispensable para la gente elegante y moderna de los tiempos de oro de nuestra hermosa ciudad.
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