Dos de mis apreciados colegas y amigos han pasado por un difícil trance, tener que “retractarse”, básicamente por el único afán que tienen los periodistas de informar. Empero, a veces, tal empeño no es comprendido e incluso se corre el riesgo de ser enjuiciado por los que tienen poder y se sienten afectados por algo que se publicó.
El periodismo no tiene el privilegio de estar siempre acertado, por lo que ocasionalmente puede incurrir en algún desliz. Empero, si hay un afectado por alguna versión periodística, lo lógico y democrático es publicar su propia versión del tema abordado y con ello la opinión pública tiene la posibilidad de formarse un juicio, si el caso amerita.
Empero, cuando se tiene el poder a discreción y voluntad de su propia entender y saber, se está demostrando en estos días, amargos para la historia del periodismo boliviano, que tal privilegio puede servir también para hostilizar y si quieren ir más allá, doblegar a la profesión, humillarla, porque no tienen la voluntad o capacidad de ser tolerantes con ella, porque íntimamente se puede apreciar que la repudian.
Es como si esas personas vivieran en la época anterior a la invención de la imprenta, cuando nadie decía nada sobre alguien, con mayor razón si se halla en el ejercicio de la autoridad. Este era el tiempo del oscurantismo y la impunidad.
Al parecer, hay quienes prefieren mantener ese estado de civilización, nada menos en el Siglo XXI, en cuyo transcurso el hombre llegó hasta la Luna y es casi dueño o por lo menos el usuario de los progresos alcanzados.
Después de estos breves apuntes, resulta que en pleno Siglo XXI se retrocede al pasado oscuro, cuando se impone, más todavía, se somete al periodismo a la “retractación”. Qué palabra tan horrible, pero resulta más abominable cuando se apela a ella para salir “airoso” del buen arbitrio que hace del poder.
Y qué penoso para los periodistas en general que se les acondicione a ese trato ofensivo y degradante. Pues, explícitamente dejan de ser los servidores de la sociedad para imponerles que se “retracten”, cuando se les ocurre dar un golpe de martillo en la cabeza a quienes los desprecian desde que alcanzaron el “mágico” instrumento del poder.
Pues, les incomoda o más todavía, se les hace repulsiva la existencia del periodismo, porque seguramente les avinagra, más de una vez, el disfrute de las múltiples satisfacciones que debe brindar el poder.
Esas personas olvidan que no es propiedad suya la que están administrando, sino que en sus manos y capacidad de decisión están de por medio los intereses de toda una sociedad. En el caso de Bolivia, de más de 10 millones de seres que habitan en este maravilloso suelo, tocado por la varilla generosa de la divinidad que cada uno de ellos tenga.
Estas líneas están dedicadas a formular reflexiones acerca de lo que implica para el periodismo boliviano el imponer a dos de sus excelentes componentes a “retractarse” por lo que dijeron, cuando era suficiente refutarles lo que les hubiera incomodado, cuando tenían el recurso caballeresco y tolerante de exponer su discrepancia con algo que hubieran dicho, mediante una declaración propia.
Con ello, se demostraba que Bolivia es un país socialmente afectivo y que cuando alguien incurre en un error o equívoco, lo que corresponde es demostrar la vena democrática que corre por sus cuerpos. No aceptar una eventual confusión o despropósito exponiendo también su posición acerca del tema cuestionado y dejar que la opinión pública condene mentalmente a los periodistas que se equivocan o actúan de mala fe, si eso pudiera suceder eventualmente, porque al fin y al cabo son nada más, pero nada menos, que seres humanos que pueden acertar o errar, pero en caso alguno exigirles mediante la justicia ciega a que se retracten por algo que dijeron a su disgusto o incluso si hubieran faltado a la verdad.
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