Las elecciones presidenciales de Bolivia y Estados Unidos son muy parecidas: los candidatos proponen asuntos pequeños y aun personales y no hacen la menor referencia a las cuestiones importantes de su país. Es más, los candidatos se concentran en críticas mutuas y hasta infantiles. Esa técnica no fue creada, sin embargo, solo por los candidatos, sino por grandes empresas de publicidad que únicamente se interesan por las ganancias millonarias, las que, a la vez, han podido crear un estado psicológico colectivo enajenado que crea mayor confusión.
En una campaña pueril, uno de los candidatos, Donald Trump, es calificado de populista y así comparado con los populistas descalificados de algunos países latinoamericanos y africanos (que aparecieron como hongos después de la lluvia a fines del siglo pasado), con el objetivo de mellar al candidato republicano y favorecer al demócrata. En efecto, Trump fue definido como populista, lo que sería un error político para descalificar al rival, campaña que soslaya aspectos esenciales de la realidad americana y menos sabe en qué consiste la ideología con que atacan a su adversario.
Esa calificación de populista al candidato republicano es una equivocación de concepto. Sus inspiradores están lejos de considerar que el populismo es una ideología con contenido económico, lejos del sentido habitual de adjetivo calificativo que se le atribuye. El populismo es una ideología de los pequeños empresarios y capitalistas e intelectuales venidos a menos que a lo más llegan a artesanos, que aparecen en países que no terminaron de hacer la revolución democrática y vacilan entre el feudalismo y el capitalismo, añoran al primero y repudian al segundo.
Estos populistas son generalmente campesinos parcelarios, algunos de los cuales compran tierras, tienen como obreros a indígenas y se enriquecen, mientras otros se empobrecen y terminan de obreros. Es más, niegan que el desarrollo capitalista en Bolivia sea resultado natural de la evolución de la sociedad, sostienen que ese desarrollo es un producto artificial y extraño a nuestra historia y está condenado a desembocar en un callejón sin salida. Además, a tiempo de declararse “socialistas” niegan el futuro desarrollo capitalista de Bolivia y afirman que su política podría marchar por una vía distinta a la de otros países desarrollados, como el “socialismo Siglo XXI”. Esta corriente política adopta así un programa utópico, absurdo y, en realidad, antisocialista, que más bien, permite, a título de socialismo, el desarrollo de un capitalismo salvaje que conduce al hundimiento de sus ideólogos y prácticos.
Al respecto, el candidato presidencial americano no es populista, en sentido correcto del término, ni mucho menos. Es, a lo más, popular. Al contrario, es representante del capitalismo desarrollado de su país, capitalismo que enterró hace 200 años todos los saldos del oscurantismo medieval, construyó un sistema económico tan poderoso que llegó a dominar al mundo y muestra perfiles increíbles. Trump no es pequeño agricultor que se empobrece, que no tiene mercado de consumo ni tiene que dedicarse a cultivar productos exóticos. Este candidato es un gran capitalista que al parecer quiere llevar a su sistema más allá, poniendo fin a los resabios del Medioevo y eliminar las piedras del camino. No mira, al parecer, hacia atrás como la mujer de Lot, ni tiene el mismo modo de una cara de Jano que mira al pasado movido por el deseo de fortalecer su pequeña hacienda y con la otra mira el porvenir sintiendo aumentar su hostilidad al capitalismo, que lo arruina. Por lo que se ve, mira hacia delante.
De todas maneras, a menos de dos meses de las elecciones presidenciales de EEUU es preciso considerar que todavía correrá mucha agua bajo los puentes y solo la práctica política podrá confirmar cuál de los dos principales candidatos está en la línea de la historia.
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