No vamos a entrar en números de hectáreas ni de toneladas de coca y de cocaína que se producen actualmente en Bolivia porque eso lo niega el Gobierno y amén, pero, dejándonos de fariseísmos y de mentiras que son vergonzosas, convengamos en que jamás se ha cultivado tanta coca ni se ha producido tanta cocaína como en los últimos años.
La emboscada que algunos cocaleros han perpetrado contra el Comando Estratégico Operacional (CEO) -nombre estremecedor que podría ser el de un estado mayor en plena guerra internacional - es una prueba más de que en Bolivia la coca es un poder mayor al que pudiera tener cualquier otra actividad. ¿Pero es que somos tan tontos que podemos poner en duda el poder de los cocaleros si S.E. desde hace años es el jefe de todos ellos juntos? ¿O esa oscura presidencia de los cocaleros del trópico de Cochabamba es puramente honorífica, si algún honor puede recibir alguien por ser cabeza de grupos mafiosos?
La coca-cocaína no es nada nuevo y los bolivianos lo sabemos muy bien. Pero en este Gobierno se está superando toda medida. Se eliminan centenares de hectáreas de coca mientras se siembran otros centenares o más. Se incautan cientos o miles de toneladas de cocaína y se filtran por la frontera brasileña y argentina otros cientos o miles de toneladas. Se sabe que el consumo de la coca tradicional en Bolivia es más que suficiente con lo que se produce en Yungas y sin embargo el Chapare está atestado de plantaciones. Y algo que es absolutamente desvergonzado: el Gobierno cree que 12 mil hectáreas de coca no son suficientes y ahora quieren aprobar una ley que permita sembrar hasta 20 mil hectáreas.
Si todo el mundo sabe que la coca excedentaria va íntegramente al narcotráfico, si todos sabemos que los excedentes de la hoja se convertirán en cocaína, no se puede comprender cómo el Gobierno tiene todavía el descaro de afirmar que la guerra contra las drogas se está ganando y que Bolivia, sin la DEA, está haciendo progresos fantásticos para acabar con el negocio más sucio del planeta.
Guerra a las drogas, en forma, se dio durante el período 2000-2001, cuando las plantaciones en el Chapare estaban a un tris de acabarse. Pero por supuesto que eso no se iba a terminar con erradicación voluntaria de los cocaleros, que, por el contrario, mataban soldados y policías a palos, tiros o con cazabobos, como fue el triste ejemplo de la masacre de los esposos Andrade, recordado por medio país y que ahora ese recuerdo provoca la iracundia oficialista.
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