Ignacio Vera Rada
Los nuevos ímpetus latinoamericanos hoy parecen obligados a crear un nuevo arte literario. Y no hay arte que sea obligatorio; el arte es la mayor expresión y la deidad suprema del ser humano, hija límpida de su espíritu. La creación por tanto deberá ser fruto de la espontaneidad fecunda y no así del impulso insubstancial.
Todo quehacer y toda acción –trascendentales- del hombre están regidos por un canon práctico y teórico. ¿A qué vamos?, a establecer que todo impulso creador debe estar supeditado a una ley perenne que no tenga caducidad. Así, los griegos, maestros en cuando al pensar, sentir y hacer, establecieron las leyes más inmutables y los más valiosos códigos en lo que se refiere al arte. Ha habido, seguramente, en la historia, escuelas y movimientos artísticos que han intentado romper las clásicas normas estéticas; han logrado, efímeramente, quebrar algunos preceptos que el hombre había asimilado como teoremas inalterables, y esto, sencillamente, porque tales caminos conducían al objeto conclusivo: la Belleza. Pero Dadaísmos, Futurismos, movimientos de vanguardia, han sido descarados intentos de alterar lo que Apolo había dictado milenios ha: orden, equilibrio y armonía para la creación y el creador.
Escribiremos luego sobre las distintas disciplinas artísticas y su decadencia; ahora a lo que anuncia el título: la literatura. Hoy el arte literario no solo es infecundo, o sea nulo a posteriori, sino que además es un elemento negativo. Es quizá una negación al mismo arte.
Refirámonos escuetamente a la poesía. Madre de la literatura como debiera ser, la poesía de nuestros más modernos e insurgentes autores es una verdadera psicodelia auditiva y conceptual. Desorden y anarquía, parece ser su lema. Sin puntuación, sin equilibro, carente de bagaje intelectual (hablar de métrica y rima ya es ir demasiado lejos), la nueva poesía es, como diría Tamayo, producto de “la preponderancia de la imaginación sobre la inteligencia”, y aun esa acusación se queda corta. Mentiría si dijera que la poesía moderna se enfoca más en la forma que en el fondo, pues su sinergia con aquélla es también nula. No hay en ella bagaje intelectual y la sola consigna que tiene enfrente es la de la libertad más anodina que linda ya en libertinaje. Ruidos extraños, onomatopeyas por aquí y por acullá, los versos modernos carecen de sentido conceptual, por un lado, y de musicalidad, de armonía, por el otro. Hoy todo insurgente literario y lector de versos surrealistas y etéreas abstracciones puede ser aspirante al título de bardo profundo.
Hablemos ahora un tanto sobre la narrativa. Tan libertina como la anterior, hoy la narrativa no tiene horizonte sino uno nebuloso. Descuella por su carencia de intelectualismo y por su insipiencia preeminente. Desbaratar la lógica, he ahí su adagio supremo. Para violar la gramática hay que de veras ser un maestro. Repito: para jugar con la gramática, para innovar vocablos, en fin, para introducir nuevas formas, hay que ser un gran señor del idioma si es que no es necesario primero haber estudiado filología. Una fiebre por publicar libros desquicia al escritor. ¡Poetas y narradores con péndolas inspiradísimas por doquier!: escribid menos, leed antes más, cread mejor.
Narradores, poetas: ¡nutríos de las magnas literaturas! Volved a Goethe y a Hugo, hojead de nuevo a Homero y a Virgilio antes de crear.
Tal es, en suma, a grandes rasgos y como factor común, la esencia de la literatura contemporánea.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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