Se ha exhibido ante la mirada pública una pintura inconveniente en el muro del Museo Nacional de Arte en la calle Comercio hace pocos días, a propósito de la inauguración de la Bienal SIART en nuestra ciudad. El “Altar Blasfemo”, como le llaman algunos, contenía figuras sexuales obscenas, pretendidamente protegidas por el alero de la libertad de pensamiento y de expresión, pero alejadas de la prudencia y de un elemental respeto a determinadas convicciones.
En este caso, la circunstancia agravante era el insulto a una fe cristiana que atesora más del 80% de la población boliviana, por lo que la ofensa no medía ninguna proporción racional y menos artística. Se quería dar ante los ojos del certamen cultural citado, una imagen distorsionada de supuestos conceptos iconoclastas, pero francamente agraviantes a la sociedad boliviana, a sabiendas de que falseaban la verdadera realidad y conciencia de un pueblo fiel a sus creencias, en explícito desafío a su tolerancia.
Espontáneamente -he ahí un firme valor público- los transeúntes reaccionaron contra el agravio, como no podía ser de otra manera y con indignación mostraron su rechazo, evitando dejar en pie un grabado que no lo retrataba en ningún sentido.
Enorme responsabilidad recae, sin duda, en el titular del portafolio de Culturas, a quien le correspondió la autorización, sin que se cerciore -así fuera por mera curiosidad- del contenido del mural o por lo menos intuir sus finalidades tratándose de un grupo que se dice anti misógino, con anteriores manifestaciones extremas. Tampoco reparó en los niños que asisten a un establecimiento educativo albergado en el mismo edificio.
En la magnitud del entredicho, no es lo más lamentable el deterioro que por obra de unos y otros sufrió la fachada del Museo Nacional de Arte que, en fin de cuentas, puede ser repuesto y reparado, sino la provocación al pudor y a las convicciones populares más profundas. Este tema del perjuicio a un muro céntrico, es el lamento al que se limitaron algunos medios de comunicación en la controversia, la cual por encima de todo invita a reflexiones de mayor calado que a simples comentarios de corto alcance.
Este ingrato impasse viene a sumarse a una ola de connotaciones posmodernistas, o quizá mejor llamarlas de moda, lindantes en un snobismo sensualista propio de gente interesada en llamar la atención, aunque sea a costa de extravagancias importadas, pero con pretensión de agrupamiento social.
Es de desear que los muralistas que se prestaron en esta ocasión a ejecutar ideas ajenas, empleen sus empeños expresionistas a un arte constructivo y socialmente eficiente, que el arte si bien puede ser contestatario y marcar nuevos rumbos, por el arte mismo no puede interpretar lo procaz y vulgar. Es aconsejable que los pintores elijan otros ámbitos de exhibición de aportes propios, porque al fin y al cabo los muros solo son el lienzo de la infamia.
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