La conciencia que se genera en casa permite modificar hábitos de comportamiento incorrectos en la mayoría de los casos.
En materia de seguridad vial, en el cuidado del medio ambiente, en temas de salud e incluso en el uso de medios tecnológicos enseñar a los niños buenos hábitos permite sentar los pilares de su conducta a futuro. La realidad y la experiencia nos demuestran que los niños con buenos hábitos son un excelente motor de cambio para lograr que los adultos de la familia cambien sus malas conductas y empiecen a ejercitar acciones loables como el respetar el semáforo, el respeto a los demás, la solidaridad con los adultos mayores y con las personas con capacidades diferentes y, por sobre todo, conducir con responsabilidad.
En la escuela los niños reciben algunas charlas sobre buenos hábitos de comportamiento, generalmente ocurre que después van a sus casas y presionan a los padres para que modifiquen sus conductas, pero es una presión moralizante, que muchas veces como en el juego del ajedrez pone en jaque a las conductas del resto de la familia.
El doctor Valentín Fuster, director del Instituto Cardiovascular del Hospital Mount Sinai de Nueva York luego de varios estudios dijo: “Sí lo que uno quiere es que en una casa se deje de fumar, se coma en familia y se alimenten mejor, no hay dudas de que el niño tiene más impacto en la conducta de los padres, que los padres en la conducta de los hijos”. Este es un claro ejemplo del poder que tienen los niños como agentes de transmisión de buenos hábitos de comportamiento dentro de la familia.
Hasta aquí todo suena muy bonito, pero el poder de los niños para cambiar malas conductas e instalar los buenos hábitos tiene sus límites, por ejemplo qué pasa cuando el niño le dice a sus padres que usen el cinturón de seguridad, se pueden dar tres escenarios: que los padres receptivos, se abrochen el cinturón de seguridad, porque si al niño se lo enseñaron, tienen que hacer lo correcto; el segundo escenario es que no se lo abrochen, y en el tercer caso que el niño se los pida y le respondan “no molestes, yo sé lo que hago”.
Si se diera el segundo y/o el tercer escenario, el resultado será que los niños terminan copiando las acciones de los padres, ya que el aprendizaje por imitación es un fuerte modelador de conductas, que se impone incluso sobre la educación.
En nuestra realidad, en materia de educación vial, los adultos ya tienen la información sobre las normas de circulación, pero tienen hábitos contrarios muy asentados en su cultura (no respetar el semáforo, cruzar la calle en forma imprudente, abordar o descender del vehículo en cualquier lugar, etc.), que no surgen del desconocimiento sino de un aprendizaje por imitación y experiencia. Recordemos que: “El tránsito caótico en Bolivia es una construcción social e histórica”. Por eso, la educación vial de los niños debe estar acompañada por un compromiso de las autoridades públicas, de llevar adelante políticas de cumplimiento de las leyes de tránsito con campañas de concientización y así construir un círculo virtuoso que contribuya a consolidar un cambio en el comportamiento y las actitudes de los adultos.
Los niños abordan temas sensibles como el exceso de velocidad, “no corras papá”; el uso de cinturones de seguridad, “papá, abróchate el cinturón”; el respeto a las luces del semáforo, “no cruces la calle, mamá, el semáforo está en verde” y el uso correcto de lugares de estacionamiento, “papá no subas el auto a la acera”, etc.
Ejemplos que debemos asumirlos como una severa llamada de atención que nos haga reflexionar, ya que somos nosotros los adultos quienes tenemos la responsabilidad de enseñar buenos hábitos de comportamiento. Seamos un ejemplo de comportamiento para los niños.
“El que escribe en el alma y pensamiento de un niño, escribe para siempre”.
El autor es docente UNIPOL.
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