Erick Fajardo Pozo
Las elecciones de noviembre de 2016 en los Estados Unidos pasarán a la historia como una conversación virtuosa y sin precedentes entre la política y el ciudadano; y sus protagonistas serán dos actores inéditos, hasta antes de estos comicios, en la larga relación entre electores y candidatos: los outsiders y los millennials.
Desentrañar la emergencia y las dinámicas dialógicas entre estos dos actores, sus discursos y sus narrativas, dejarán académicamente de lado cualquier interés por los resultados electorales. Más allá de quien sea gobierno, una nueva generación de electores y candidatos habrá marcado la incursión tardía de Norteamérica en una crisis del sistema político que Latinoamérica vive desde hace 20 años.
Y es que todo y nada puede suceder en estas elecciones. El establishment podría, como las encuestas y los “expertos” del sistema sugieren, conservar el poder, o el primer “renegado” contra el sistema político podría ser presidente. Y sin embargo ninguno de estos desenlaces cambiará el hecho de que estos comicios habrán transformado para siempre la relación entre la sociedad civil y el Estado en la Unión Americana.
Por un lado los outsiders, los candidatos asistémicos, fueron los grandes protagonistas de las internas del bipartidismo. El senador “rebelde” Bernie Sanders, un independiente de Vermont asimilado a fuerza de necesidad por el partido Demócrata, fue la gran sorpresa y el favorito en las internas del partido de Obama.
Socialista, gestor de políticas públicas radicales, abierto crítico de la guerra y gestor de iniciativas legislativas polémicas por los derechos civiles y contra la usura bancaria, su postulación espantó al establishment tanto o más que la del mismo Obama.
Su correlato en la interna del partido republicano fue el intempestivo y temperamental empresario inmobiliario Donald Trump. Contra todo pronóstico y contra la voluntad exprofesa del GOP, un Trump desdeñoso de la diplomacia intrapartidaria y las actitudes “políticamente correctas”, se lanzó a aplastar por abrumadora mayoría a sus contendientes en el caucus republicano, en plazas donde adversos representantes en ejercicio no pudieron detener a sus electores.
Trump, igual que Sanders, no es un candidato ortodoxo. El partido republicano no lo apoyó, lo toleró para evitar que lanzara de todas formas su candidatura como independiente y “perforara” el paradigma bipartidista, el monopolio del poder que rige en América. Lo hizo para evitar que se evidenciara que en noviembre no corre el partido republicano contra el demócrata, sino el candidato del hastío del establishment, contra ese establishment.
Del otro lado del fenómeno están los nuevos electores, la generación “millennial”.
Los hijos emancipados de la media, las criaturas de la red. Híbridos que coexisten en un delicado balance entre el ciberespacio y la primera economía del mundo. Una generación joven y sobrecalificada con plenas capacidades tecnológicas, compromiso político y -desde la ruptura entre redes sociales y la media- con plena conciencia de su rol histórico.
Lo han visto todo, ejecuciones de ISIS en línea y grabaciones de ajustes de cuentas en el Norte de México, los Wikileaks y las filtraciones de Snowden. No se la puedes “charlar”, no se desmovilizan con encuestas ni “votan a ganador”.
De hecho es una generación forjada en el resentimiento por un establishment corrupto y sus mecanismos estadísticos contenciosos; una generación que se niega a ser escrutada por la media y por el Estado que jamás conversó con ellos, es la generación que vio a Assange y Snowden proscritos por denunciar las escuchas a otros gobiernos y los pinchazos de las agencias federales a celulares de ciudadanos americanos, mientras las mismas agencias federales condonaban el perjurio de Clinton por borrar 33 mil emails y usar su cuenta privada para manejar secretos de estado. Es la generación que observa impotente y molesta al Big Data diseccionar sus hábitos de consumo y al microtargeting clasificarlos por subespecies y vender información sobre sus gustos, sus preferencias y sus hábitos al mercado o a los políticos.
Una generación con tal conciencia de sí apoyaba a un reformador radical, al “outsider” con visión de Estado y un plan para “sanear América”. No apoyaban a Trump, el “outsider” incierto e impredecible.
Pero saboteando la candidatura de Sanders el establishment les robó la chance de una “revolución interna”, de una reforma del sistema “desde adentro”.
Ahora la ecuación electoral es de resultados impredecibles, salvo por la posibilidad de que apoyen al sistema que les robó la verdad y el sueño. Esa ecuación es suma cero.
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