Héctor Revuelta Santa Cruz
Hace mucho tiempo leí, en un libro de Parahamsa Yogananda, la sentencia: “Un santo triste es un triste santo”. El mensaje fue claro: un santo no debe tener cara triste.
En la iconografía cristiana no se ve caras de santos sonrientes, en el mejor de los casos son caras muy serias, pocas serenas, y en la mayoría son realmente patéticas, como en las pinturas de Melchor Pérez de Holguín. En las diversas religiones hinduistas no hay santos con caras tristes. Los antiguos egipcios atribuían a “la risa divina”, la creación y el nacimiento del mundo. Aristóteles decía: “solamente una democracia podía tolerar la franqueza de las antiguas comedias; en la democracia, la risa se caracteriza por su fuerza crítica y su acción democratizadora. La risa manifiesta su orientación democrática al dirigirse a la opinión pública más que a las altas autoridades jerárquicas”.
En la novela de Humberto Eco, En el nombre de la Rosa, ambientada en el Siglo XIV, (1.327) pleno Medioevo, muestra que en esa época, en algunos sectores, estaba prohibido reír, de ahí, probablemente, muchos santos hayan sido pintados con caras tristes. La risa era considerada por algunos, en el ambiente cristiano antiguo, como “El término de la vida y un vicio del cuerpo… la risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho… La risa libera al aldeano del miedo al diablo… La risa distrae del miedo, por algunos instantes, al aldeano; pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor a Dios”. Por el contrario, en Hip-Frog o los Ocho Orangutanes Encadenados, fábula medieval, de Edgar Allan Poe, el humor es llevado al exceso, hasta la mofa y el escarnio. También, en esa época, existían los bufones, encargados de hacer reír a su majestad y a la corte.
Sótades de Maronea allá por el Siglo III a. C. escribió unos versos humorísticos sobre ciertos aspectos de la vida sexual de Ptolomeo II y acabó encerrado en una caja de plomo y tirado al mar. “Hay gente que no comulga con las bromas especialmente cuando ostentan algo de poder, siempre tan necesitados de un aura de pompa y solemnidad”. Así que no es de extrañar que a menudo la sátira y la caricatura hayan sido prohibidas y sus autores, generalmente, acabaran cayendo no solamente en desgracia, sino eliminados, como en el último caso de la revista Charlie Hebdo.
Vemos a muchos personajes de nuestro entorno, por naturaleza o por elección, mantener una cara adusta sin sonreír, parecen caretas de papel maché que no dejan traslucir ni por si acaso una sonrisa seguramente, para ellos es sinónimo de autoridad, respeto y de pomposidad. En los tiempos de elecciones sí se ve, en los afiches, a muchos candidatos con una sonrisa, la mayor parte de las veces forzada. En nuestra cultura Judeo Cristiana, para muchos, la seriedad y hasta la adustez es sinónimo de autoridad. ¿Se imaginan un icono de Jesús riendo? Probablemente causaría molestia en muchos, a otros les parecería hasta una blasfemia.
Estudios contemporáneos otorgan a la risa efectos positivos, dicen: incrementa la producción de anticuerpos; es considerada tanto o más beneficiosa que la meditación y el yoga; reduce problemas relacionados con el estrés. La risa puede utilizarse como medicina para algunos males del cuerpo y del alma, tanto es así que muchos hospitales de Europa central tienen en sus plantillas grupos de payasos; en Ottawa, incluso, se atiende a los enfermos de sida con sesiones de risoterapia.
Finalmente mi homenaje, respeto y admiración a Chaplin, a Cantinflas, a Sandrini, a los payasos y a todos los personajes que nos hacen reír.
El autor es Ing. Civil, docente
emérito de la UMSA.
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