(Condensado)
Los muertos son vivos de otros mundos.- Proverbio africano.
Desde Antioquia, Colombia.- A mi mamá, mujer que me introdujo al universo de la comida.
A la presencia de los diversos espíritus de todos nuestros antepasados, que me permitieron acercarme tanto de la vivencia de la muerte familiar, hasta el acercamiento a esta en diversos contextos colombianos.
A mis amigos y amigas mexicanos que me introdujeron en la vivencia del Día de Muertos, lleno de comidas, de ofrendas y consumos.
Testimonios sobre el ritual de la muerte y sus relaciones con la comida – relatos etnográficos con especial alusión al mundo culinario que circula alrededor de la muerte y que implica una estructura social de relaciones, deberes y derechos en función de la relación fundamental del ser humano: la vida y la muerte.
Sería innecesario recorrer la amplia litera-tura de las culturas indígenas para recordar el lugar tan significativo que ha tenido la comida asociada a la muerte; de ésto la arqueología esta llena de evidencias en las que se muestra todas las jerarquías posibles alrededor de cómo la comida se ha incorporado al mundo de la muerte, en ofrendas al difunto o en consumos comunitarios de esta durante el velorio del difunto, en la nove-na y quizás al aniversario.
Sin embargo no sobra recordar iluminados por muchos principios indígenas, el concepto de la muerte, como un viaje que se inicia y se termina con la ubicación del espíritu del difunto o difunta en su lugar específico y definitivo en esos “otros mundos”, en los que se resalta la referencia a la comida como una necesidad infranqueable, para poder realizar ese viaje, en otras palabras: ese mundo es el mundo de la comida para el viaje.
En este contexto hago mención desde la memoria indígena al mexicano con la celebración del Día de Muertos en muchos lugares del país. Ocasión bien significativa en la que entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre la vida funciona alrededor de la muerte, teniendo como lugares centrales tanto el cementerio o panteón, como las casas y sus altares a los muertos y la calle con los mercados, panaderías y dulcerías.
So pretexto de la muerte, los vivos se comunican con sus antepasados a través del ofrecimiento y del consumo de una amplía gama de bebidas y comidas, acompañadas estas con las flores, y una serie de eventos alrededor de todo lo anterior. Se coloca año tras año la muerte y su universo representada en los “panes de muerto” y en las “calaveras de azúcar con nombres propios”, comidas estas que se consumen amplia-mente desde el contexto rural hasta en el mundo urbano. Las casas se vuelven una ofrenda de comida a los antepasados en los “altares de muertos” en el que tanto bebidas como comidas, flores amarillas, recortados en papel de seda y fotos de los difuntos constituyen el alma de estos altares; pero si dejamos este contexto y nos desplazamos a los cementerios encontramos una romería constante cerca de estos lugares durante el día y la noche de otras delicias culinarias y de una diversidad de personas; el ponche o hervido de frutas y caña se toma mientras el frío de las noches acompaña a los vivos que acompañan a los muertos en sus tumbas, las cuales lucen llenas de flores, comidas, bebidas y adornos como pequeños altares de muerto caseros.
Toda la gastronomía del difunto como la mexicana, en general, está presente para acompañar este ritual sagrado en función de los que están en otros mundos, de tal manera que estos días podríamos decir es “una dimensión cordial, amable y festiva del tema de la muerte, donde dialogan sus códigos e identidad. Levantar la ofrenda en la casa o hacer el altar de muerto, implica la realización de un ritual en el que se coloca el alimento al espíritu o los espíritus de los ante-pasados para que vengan en la noche del primero de noviembre al dos y al tres, y comande todo lo que en vida les gustaba, “Mi madre, te espero, me vienes a saludar este día, te pongo una torta de pan para ti, no más ese día vienen a visitar” (Cortes et al, 1995: 22).
La ofrenda de los grandes consiste además del pan del muerto y las calaveras de azúcar, en fruta, mole servido en platos, en cazuelas (...) y se colocan en punto de las doce para que primero coman los muertos (...) en los barrios de Xochi-milco ponen un pollo o gua-jolote cosido pero separado del mole. En todas las comunidades ponen tortillas, cigarros, vasos o jarras con agua, pulque, tequila, mezcal. (Cor-tes et al, 1995:22 –23).
A su vez acompaña este mundo de los muertos, el acto de “calaverear” en el que se recogen de casa en casa para las ánimas dulces, ta-males y otras comidas propias de las distintas regiones del país.
Todas las celebraciones de estas fechas, los lugares que tiene que ver con el tema de la muerte se ven llenos de referentes culinarios en rela-ción de ofrenda y avivamiento de los sentidos colectivos e individuales alrededor de los difuntos. Panadería, dulcería, bebidas, flores, velas y una amplia parafer-nalia adorna los lugares de los antepasados y los vivos que hacen estas celebraciones también consumen el universo culinario que rodea el mundo de los muertos.
De una u otra manera este panorama mexicano plantea el termino no exclusivo de estas culturas de “alimentar al muerto”, como la real esencia de conmemorar en estas fechas católicas los días de todos los santos y de las “ánimas”. Se trata indudablemente de ingerir físicamente y simbólicamente y a su alimentar física y espiritualmente a los antepasados.
NOTAS:
1) Louis-Vincent Thomas (1922-1994) fue un antropólogo francés.
2) Arnold Van Gennep (1873-1957) también es un antropólogo francés de origen alemán, quien investigó los ritos y el totemismo.
BIBLIOGRAFÍA:
• Cortes Ruiz, Efraim et al. Los días de muer-tos: Una costumbre mexicana. Editores GV: México, 1995.
Ramiro Delgado Salazar es Profesor del Departamento de Antropología de la Univer-sidad de Antioquia, Colombia
Ramiro Delgado Salazar
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