Clepsidra
Luego de tres fracasos consecutivos, el inicio del diálogo entre el gobierno y la oposición venezolanos, convocado por el Papa Francisco a través de su íntimo colaborador, Mons. Paul Tschering, Nuncio Apostólico en Buenos Aires, se estableció finalmente en Caracas, con la notoria ausencia de importantes sectores del grupo opositor, tales como “Voluntad Popular”, que lidera Leopoldo López, actualmente preso en la cárcel militar de Ramo Verde.
A raíz de lo acontecido en ese primer encuentro, donde al decir de los actores no hubo la debida convocatoria a los participantes y menos el cumplimiento de algunas condiciones básicas, tales como la liberación de los presos políticos y la realización del referéndum revocatorio en la fecha prevista, se nos antoja calificar de apresurada la iniciativa papal, especialmente ahora que el Santo Padre cuenta con el asesoramiento puntual del recientemente nombrado Papa Negro, el jesuita venezolano Arturo Sosa Abascal, a quien recibió el viernes 21 de octubre en una audiencia privada y, como experto politólogo, era el más indicado para orientar a Su Santidad sobre la necesidad, los alcances y riesgos de abrir ese diálogo. Evitar por ejemplo que se repita esa burda manipulación mediática hecha por el Ministro de Informaciones después de la audiencia de Maduro con el Papa, de distribuir una foto del año 2013, en la que S.S. lo bendice, sin que el departamento de prensa del Vaticano se dé por aludido de este impúdico atropello.
En nuestra modesta opinión, dicho inicio de diálogo, más que un sincero y pacífico anhelo de solucionar la crisis humanitaria por la que atraviesa Venezuela, por la escenografía montada, donde como pantalla se ha convocado a ilustres personajes (léase ex presidentes cómplices de la expoliación a ese pueblo), para enmascarar un encuentro que tiene más visos de ser una negociación entre los atracadores de un banco que retienen a una centena de rehenes en su poder, y los familiares de las víctimas. De ahí que para los salteadores, hablar de normas constitucionales es tan absurdo como hablar de las normas estatutarias del banco atracado. Lo único que les interesa es lograr una fuga segura que les permita salir con vida y, en lo posible, con el botín a salvo.
En buen romance, la solución de este conflicto sólo pasa por dos aspectos concretos: Maduro y sus cómplices harán todo por quedarse en el poder, hasta contar con las garantías suficientes que les aseguren una salida, si no honorable, al menos segura para su vida y para no acabar como Gadafi. Por su parte, la liberación de los presos significa soltar a los rehenes y la celebración del revocatorio, la expulsión de Maduro y su banda. Por lo tanto, más que diálogo se trata de una negociación, que en la jerga policiaca se conoce como un trato para terminar el atraco.
La otra opción es llegar a un enfrentamiento donde el pueblo civil será la víctima, ya que no está armado y los militares cuentan con un Ministro de Defensa, predestinadamente apellidado Padrino, que utilizando un lenguaje de mafia, induce a la violencia y junto a las bribonas milicias chavistas, no tendría el menor remilgo en bañar en sangre a ese glorioso y bravo pueblo.
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