¡Prohibido leer esta columna!

Estoy seguro que (pese a la prohibición) usted está leyendo esta columna. ¿Verdad que sí?

Pues no se sienta mal… 9 de cada 10 personas están leyendo este texto pese a la prohibición. ¿Por qué ocurre esto?

Simplemente porque la palabra “prohibido” (a veces) provoca el efecto contrario, despierta la curiosidad por probar lo negado (como en este inocente ejemplo). Y, muchas veces, cuando las personas carecen de valores puede incentivar lo ilegal.

Por ejemplo, aquellos ciudadanos que tiran basura justamente donde hay un letrero que dice “Prohibido echar basura”.

O aquellos conductores que estacionan sus vehículos justamente donde dice “Prohibido estacionar”.

O esas personas que se dedican a vender el subsidio de lactancia, en cuyos envases dice claramente “Prohibida su venta”.

Las campañas mediáticas que buscan cambiar la actitud de las personas mediante la prohibición, también suelen fracasar.

¿Qué fue de esa campaña del quinto pasajero? Aquella que buscaba educar a los choferes para que no transporten dos pasajeros en el asiento delantero. Nada logró.

¿Y esa otra campaña que prohibía el claxon escalofriante de los camiones distribuidores de gas? Los ciudadanos seguimos sufriendo con el infernal sonido.

O la más reciente que prohíbe el uso de celulares mientras se conduce un motorizado. Ahora vemos a más gente chateando y conduciendo al mismo tiempo.

¿Fallan estas prohibiciones o campañas? No, lo que está fallando es la educación familiar y la transmisión de valores. Una persona educada sabe lo que debe y lo que no debe hacer y no necesita que se la coaccione mediante la prohibición.

(*) Director de Xperticia, empresa de asesoramiento y capacitación en Comunicación.

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