El fin de semana pasado estuvimos en Salta, invitados por unos buenos amigos, y debemos reconocer con toda alegría que nos encontramos con una ciudad acogedora y hermosa. Habíamos estado de visita al Gobernador Juan Carlos Romero hace mucho más de una década, cuando me desempeñaba como embajador en la República Argentina, pero fue una visita protocolar y breve. Ahora, además de bombos, guitarras, empanadas y asados, pudimos recorrer sus calles y plazas para observar las cosas lindas que conserva.
Desde luego que no son nada desdeñables las noches salteñas de la calle Balcarce, noches todavía templadas, con cientos de mesas bulliciosas en las veredas y una hermosa juventud, donde manda la zamba y la chacarera, además del buen vino de Cafayate; donde nadie se está cuidando de borrachos, cacos, ni de atracadores. La Salta folklórica, que nos recuerda a los Chalchaleros y a tantos otros conjuntos, está ahí presente, abierta, amistosa.
Pero lo que se ofrece en el día es muy interesante, empezando por su Catedral de estilo barroco, levantada en la segunda mitad del Siglo XIX luego de un terremoto, que conserva un panteón guardando los restos de Güemes, Arenales y de otros patriotas. Es una preciosa Basílica, como es la de San Francisco, empinada hasta el cielo, víctima de incendios durante la era colonial y reconstruida en un mar de dificultades durante la época republicana.
La plaza de Salta es muy bella, coronada con el monumento a ese gran guerrero de la Independencia que fue Arenales, salteño y cruceño de corazón, aunque no fuera originario de ninguno de los dos pueblos, porque amó a Salta y derramó sangre en Santa Cruz, venciendo con Warnes y Mercado en la batalla de Florida. Su muerte, además, lo sorprendió en Bolivia. Y el Cabildo es un edificio colonial que construido por 1600 perdura pulcramente conservado, guardando gran parte de la historia de la ciudad.
Ahí, entre los notables salteños, me encontré con la efigie de don Robustiano Patrón Costas, un patricio que fue gobernador, senador y hasta precandidato a la presidencia argentina, abuelo de mis queridos y recordados Sergio y Sofía, padre del dos veces embajador en Bolivia Sergio Patrón Costas Uriburu y suegro de nuestra muy extrañada “Tunita”, una admirable mujer que se hizo querer muchísimo en nuestro medio, como sus hijos siempre presente en nuestra memoria.
Salta “la linda” nos encantó y no sólo nos trajo recuerdos históricos sino que nos mostró cómo hace una sociedad para vivir civilizadamente en paz.
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