Después de transcurridos 34 años de vida democrática continua desde el año 1982, ya podíamos vivir los bolivianos en pleno ejercicio del único y más completo modo de gobierno y vida de los pueblos porque vivir en democracia es hacerlo en términos de paz, concordia, unidad, fe y consecuencia con los destinos del país; pero, poco aprendimos de las muchas lecciones y experiencias que nos dejaron las décadas transcurridas.
Las tendencias a la división y a las discordias se han hecho presentes permanentemente en la vida de estos 34 años, porque ni políticos ni organizaciones sociales y menos entidades cívicas han mostrado vocación para comportarse en armonía y en el entendimiento de que la libertad implica responsabilidad, diálogo, respeto y cordialidad entre todos. Cada quien, en el espacio que le corresponde, ha mostrado posiciones contrarias al bien común que debió tenerse en todo instante; las tendencias a la división y la discordia se han manifestado en la conducta de partidos políticos, organizaciones sociales, instituciones cívicas y autoridades de gobierno.
El orgullo y la soberbia demostrados por quienes tienen poder político, económico y social, conjuntamente partidos políticos de oposición, han llegado a situaciones insostenibles y nadie puede sustraerse de las responsabilidades por las culpas acumuladas en más de tres décadas; se ha actuado siempre con el pretexto de acciones en pro del pueblo; pero, nadie ha tenido vocación de servicio y menos conciencia de país.
Cuando se examina el pasado de treinta y cuatro años, se ve cuánta responsabilidad de los daños ocasionados a la moral pública, a las frustraciones sufridas por el pueblo, a las desesperanzas cada vez mayores y a la carencia de paz, concordia, unidad, fe y armonía entre todos, recae forzosamente y en mayor magnitud en quienes ejercen el poder de la República y en aquellos que, desde el llano, podían haber cumplido sus deberes y no lo hicieron porque han vivido divididos entre sí y separados de los anhelos de mejores días que abrigó el pueblo.
Es triste comprobar que desde la fundación de la República el año 1825 más han podido los intereses de grupo o personales que los del país que debieron ser sagrados; el país ha sido utilizado o, peor, quienes han poseído o poseen poder político sólo han buscado servirse de él y no servirlo y ésta es muestra dada por quienes han dado testimonio de procesos “revolucionarios”, cuartelazos y condiciones de cambio que en los hechos han sido de provecho de pocos en desmedro de las mayorías.
Democracia no es sinónimo de anarquía y libertinaje y menos de caos y extremos que bloqueen al país y lo suman en angustias de división, desorden y reinado de demagogia y populismo. Desde siempre se ha buscado vivir en unidad, paz, concordia y trabajo honesto y responsable; sin embargo, hay ceguera y petulancia en quienes poseen los medios para brindarle al país lo que necesita. Cabe preguntar, casi permanentemente, ¿hasta cuándo la manía de servir a los extremos sean de derecha, izquierda o de centro que sólo causan daño y alejan hasta las esperanzas? ¿Cuándo tomarán conciencia de país los partidos políticos del gobierno o del llano, los comités cívicos designados por pocos amigos sin que hayan sido objeto de consensos por parte del pueblo; las organizaciones sociales que buscan satisfacciones hasta de caprichos a títulos de ejercer derechos que no siempre se ajustan a las leyes? ¿Hasta cuándo no regirá la institucionalidad como forma de gobierno y de vida? ¿Hasta cuándo habrá división, discordia, rivalidades y menosprecio del diálogo entre fuerzas del gobierno y de la oposición?
Parecería que gustamos mucho de la anarquía, del libertinaje y de la discordia para tenerlos como forma de vida porque, cegados por la soberbia y la petulancia, no damos paso a los propios valores y principios que, se entiende, deben tener especialmente los que poseen poder político, económico, social o de cualquier naturaleza. El país no debe seguir por las sendas de la división que sólo acarrea anarquía, atraso y mayor pobreza. Se anuncia, a diario, buenas intenciones de las autoridades; pero, ¿cuándo se cumplirán? ¿Y será posible cumplir todo cuando hay división y no reconocimiento de los derechos de los demás? ¿Es que el pueblo, en su conjunto, por disentir con muchos de los hechos de las autoridades, deja de ser boliviano, de sentir, sopesar y medir lo que se hace? Hay preguntas que es preciso responder con hechos y realidades, no con sofismas y engaños que dañan a todos por igual, porque las consecuencias de lo malo que se haga afecta tanto a gobernantes como a gobernados y se oscurecen las esperanzas de un pueblo que merece vivir en armonía, paz y concordia.
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