No existe una “diplomacia de los pueblos” como quiere hacer creer el actual Gobierno. Una diplomacia popular, que se maneje a través de asambleas o cabildos, puede ser cualquier cosa menos diplomacia. La diplomacia es la “ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras” y el diplomático es la persona que trata esos negocios entre países, es decir que está educado e instruido para hacerlo. De ahí que hablar de una diplomacia popular es un absoluto sinsentido que sólo sirve como broche dorado para un discurso destinado a gente ilusionada.
La “diplomacia de los pueblos” anunciada por S.E. y por el MAS desde el primer instante de su poder no ha hecho sino crear barullo y tumulto cuando algún personaje importante ha arribado al país. Son quienes han ido a aplaudir a Chávez, a Maduro o al propio Papa, creyéndole a S.E. que por su lengua hablan todos ellos, los “diplómatas” de nuevo cuño. Y así también, se les ha ocurrido a los del Gobierno poner en figurillas al presupuesto del Ministerio de Relaciones Exteriores y al de Economía, haciendo que a cada visita importante de S.E. al extranjero se incorporen racimos de estos diplomáticos atípicos que no saben a dónde van ni a qué.
S.E. lo sabe, el Gobierno lo sabe, lo sabe la Cancillería y lo sabemos todos los bolivianos que esto de la “diplomacia de los pueblos” no es sino una broma pesada y costosa a la nación, pero que sus beneficiarios la toman como una verdadera reivindicación, supuestamente por haber estado durante cinco siglos lejos de viajes, banquetes y oropeles. Si ese es el papel de esta nueva corriente diplomática que marrulleramente se trata de imponer, pues no hay más que abrir la bolsa y gastar a manos llenas como ya se ha hecho costumbre en Bolivia, donde parece que ni con la caída de los precios del gas se tiene clemencia con las arcas públicas.
Ahora resulta que se va a aprobar una partida en el Presupuesto General del Estado del 2017 para pagar a estos diplomáticos sui generis, cuyo último viaje, para que 68 personas fueran a conocer el Canal de Panamá, costó 593.000 bolivianos, fuera de cartas y espadas. Esto ya parece un derroche absurdo que se hace con la “diplomacia de los pueblos”, pero lo que no se puede concebir por irracional, por ser de auténticos rastacueros, es que con esas partidas presupuestarias también se pague pasajes y viáticos a intelectuales y notables extranjeros que vengan a aplaudir a S.E.
Han sido suertudos estos masistas al haber llegado al poder justo cuando los yacimientos de gas descubiertos en la época “neoliberal” empezaron a reventar la capacidad de los gasoductos a Brasil y Argentina, además con precios estratosféricos. Pocos meses antes de que S.E. se sentara en la silla que tiene tan abandonada en el Palacio, la República vivía penosamente, arañando las paredes, con miserias para pagar sueldos y sufriendo lo indecible para poder pagar el aguinaldo de fin de año (uno nomás).
Entonces, los diplomáticos no recibían ni siquiera plata para regresar de sus destinos, y para irse muchas veces tenían que tomar prestado de algún pariente o amigo. Eso estaba muy mal naturalmente, pero era la triste realidad que se vivía antes de que brillaran los descubrimientos gasíferos y los buenos precios. Ahora ya no sólo se puede llevar de gira, para que paseen, a un centenar de personas felices sin estrés, sino que también se puede invitar a otros tantos del extranjero para que vengan a conocer esta maravilla donde vivimos los “bolitas” y sobre todo a vitorear la nueva realidad nacional, a aquella poderosa Nueva Bolivia forrada en dinero y dispuesta a gastarlo. ¿Que la nacionalización de los hidrocarburos fue la que hizo posible todo esto? ¡Bah!
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