Los seres humanos son falibles por sus propias limitaciones naturales, pero cuando se trata de moral es necesario remarcar que existe una sola moral personal, tanto para el comportamiento privado como público.
De esta manera, no puede disociarse la moral, de una parte, para fines de conducta personal y familiar, pero a la vez ella está también inmersa en la actuación pública, quizás con mayor influencia que en lo privado.
En efecto, al tenerse una única moral, ésta tiene que ser preservada con mucha mayor razón en el accionar público. En unos casos únicamente como empleado, trabajador y autoridad, cuando más encumbrada sea ésta con mayor razón. En concreto, especialmente en las relaciones humanas con los demás y, por último, en la política.
En este último caso, con una serie de mayores motivaciones, aunque en lo esencial para preservar la credibilidad que debe preservarse ante el conglomerado público.
Al ser así tan exigente la moral personal, lo que corresponde es resguardarla y aplicarla con extremo rigor. De ello depende que cuando se participa de la actividad política, se aporte al servicio público como primera cualidad el ser honesto, sincero y leal, con la causa con la que se interviene o presta dedicación integral a ella.
Los seres humanos no son conformistas con lo que hacen o con lo que les ha tocado ser o desenvolverse. Siempre aspiran a más y tienen que hacerlo con el empeño de escalar posiciones, siendo este uno de los valores sociales más consistentes y demostrativos del espíritu de superación que se tiene en general. Por supuesto, puede haber excepciones.
Cuando se está en el desempeño de funciones públicas, cuanto más altas sean éstas, la obligación primordial que se tiene es exhibir y actuar fundamentalmente con toda moralidad. Únicamente de esta manera se pone en evidencia la honestidad, sinceridad y lealtad con el cargo que se desempeña y la responsabilidad que se tiene con la afiliación política que se tenga.
Pero en este caso particular, con mayor énfasis frente la sociedad, la población y los demás, individual y colectivamente, haciendo inclusive abstracción de su propia popularidad, si es que realmente se la tiene.
De manera tal que si por los azares de las circunstancias u otras motivaciones de origen estrictamente personal, cuando se ha cometido alguna irregularidad –falsificar títulos profesionales, por ejemplo– se pierde autoridad y no puede permanecerse en el ejercicio de la autoridad, si este fuese el caso.
Menos tener el atrevimiento de lanzar denuncias y/o responsabilidades contra los contendientes políticos y, en última instancia, contra cualquier ciudadano, en tanto a éste públicamente no se le desconozca su calidad moral.
Entonces, la moral es el mayor don que deben tener todos los integrantes de una sociedad organizada. Consecuentemente, ella es la primera condición que permita calificar a quienes alcanzan a ejercer la autoridad pública, cualquiera sea la función que ocupen, con mayor razón, empero, cuando desempeñan los más altos cargos de la nación.
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