La luna

Quienes me leen quedarán extrañados si es que ojean el presente artículo que corta a escalpelo la lógica temática de todos mis trabajos que he estado publicando hasta hoy en EL DIARIO. El título lo dice todo. Los egipcios le llamaban Isis, los griegos Febe y los fenicios Astarté. Este escrito está, pues, consagrado a ese astro argentado que vemos pintado en la faz del cielo nocturno, no desde una mirada literaria sino más bien científica. La noche anterior me quedé viéndolo por más o menos un cuarto de hora; por primera vez lo vi maravillado, extasiado.

Si bien el isótopo –es decir el elemento químico y sus componentes– de las rocas lunares proporciona pautas para la calculación de la antigüedad de la Luna, no se puede saber con precisión su edad. Al igual que otros cuerpos del Sistema Solar, la Luna experimentó catástrofes traducidas en impactos de asteroides en su corteza. Era un periodo cataclísmico.

Tales de Mileto, seis siglos antes de Jesucristo, había dicho, aún sin corroboración científica, que la Luna era iluminada por el Sol. Cleómedes dio las pautas sobre la iluminación por reflejos y Aristarco de Samos respecto a las fases lunares. Con un diámetro de 3474 kilómetros (1/4 del de nuestra Tierra), está por encima del Ío galileano. Su superficie carbónica es tan oscura como las tinieblas a pesar de filtrar la luz solar exquisitamente y hacer que parezca un astro luminoso. Influye en el movimiento de las mareas y olas y en la duración de nuestros días. Hiparco de Nicea diose cuenta de algunos movimientos irregulares del satélite, y luego el greco-egipcio Tolomeo y el matemático persa Abul Wefa estudiaron las desigualdades del movimiento de la Luna que ya habían sido adelantadas por Hiparco.

Su movimiento de traslación alrededor de la Tierra es lento, siendo que completa su tendencia en algo así como veintiocho días; esto es: mientras que en veinticuatro horas nuestro planeta ha hecho una revolución, la Luna ha recorrido solo un 1/28 de su órbita elíptica alrededor de la Tierra. Así se traslada, pero ¿cómo rota? El caldeo Beroso decía que la duración del movimiento de rotación lunar era el mismo que el de traslación. Y en efecto, la Luna gira sobre un eje de rotación que tiene una inclinación de 88,3º respecto al plano elíptico de traslación alrededor del globo terrestre. De ahí que, al existir un movimiento de rotación terrestre, no se pueda observar integralmente el movimiento lunar en su órbita. Ya que el tiempo tanto de rotación cuanto de traslación de la Luna es el mismo, ésta presenta a la Tierra siempre la misma faz. Podremos detectar el sitio del satélite en el momento del crepúsculo para observar el movimiento lunar en su órbita.

Cuando se piensa en su origen, hasta hoy se ha tenido como una teoría más o menos segura la de la eyección de material fruto de una colisión interplanetaria; los científicos han cimentado esta suposición en el análisis de las órbitas y fuerzas planetarias. Últimamente se han revelado algunas incoherencias respecto a la teoría que hemos apuntado, porque ¿cómo pudo haberse la Luna formado de material condensado si no gira alrededor del ecuador de la Tierra? y ¿de dónde emergió la energía que hizo que su posición se moviese 5º de la órbita ecuatorial?

La científica Sarah Stewart, de la Universidad Davis de California, dice haber hallado una nueva hipótesis que explica el origen del satélite terrestre.

El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.