Erick Fajardo Pozo
El 8 de noviembre de 2016 en los Estados Unidos tuvo lugar la “madre” de todas las batallas, en la insurrección que los nuevos electores han declarado contra el establishment y sus mecanismos de legitimación, a lo largo y ancho de todo el planeta.
Las elecciones norteamericanas fueron el último y más contundente de una serie de reveses de opinión política que los electores les propinaron a los mecanismos de anticipación de sus sistemas políticos. Le precedieron la rebelión británica del Brexit, el revés colombiano al “plebiscito por la paz” de Santos y, aún más temprano, la “inesperada” victoria presidencial en Argentina de Mauricio Macri contra el desahucio de las encuestas.
Es una insurrección contra el imperio de las narrativas oficiales y sus mecanismos estadísticos contenciosos; es contra el “De qué se trata esta elección” que el discurso oficial solía imponer como marco de los procesos electorales y contra la denostable práctica de producir artificiosamente opinión pública para condicionar la opinión política de los ciudadanos.
Es, en suma, una subversión del elector contra las encuestas de opinión política.
Y es que el sistema político y la industria cultural pervirtieron las encuestas, de instrumento científico para colectar el estado de la opinión a mecanismo psicológico para inducir al cambio de comportamiento electoral; un proceso orientado a la producción artificial de “preferencia” y “aprobación”, dos índices que construyen a su vez gobierno y gobernabilidad.
En una revolución en que la toma de posición del elector no está más condicionada o limitada por la oferta informativa de la media o por la “racionalidad” de las posibles alternativas que sus sesgos dibujan.
Los insumos de datos con que el elector alimenta su proceso de toma de decisiones tienen hoy posibilidades infinitas en la red. Mientras una nueva “guerrilla digital” de Swartz, Snowdens y Assanges libera cientos de miles de megas con información clasificada, que desbaratan la virtud de las narrativas que los gobiernos pretenden instalar como marco para nuestras decisiones.
La decisión de los ingleses de “salir de la Unión Europea”, o la de los colombianos de “oponerse a la paz” o el respaldo incontrovertible de EEUU al “políticamente incorrecto” Trump, están fundamentadas en una voluntad que rechaza el marco narrativo con que el poder pretende estereotipar una posible decisión popular adversa a su “racionalidad”.
Ese mecanismo, que operó ininterrumpidamente desde mediados del Siglo XX, quedó expuesto, y las audiencias mostraron haber desarrollado una notable “inmunidad” a ellos.
Patético el “mea culpa” de Cooper, Blitzer, Van Jones, Ramos y tantos otros “analistas mediáticos”, tratando de mostrar como “error de interpretación” el grosero intento de alterar el estado de la opinión previo a los comicios estadounidenses. Y no es algo nuevo. Las encuestas mediáticas tienen el propósito de incidir y funcionalizar el proceso de toma de decisiones políticas de los individuos mediante la producción de “tendencias de opinión pública” compatibles con la reproducción del orden establecido.
Pero hay noticias para el establishment y la media: Se ha declarado una insurrección contra la doxa y sus sentidos comunes, contra la industria cultural y su manufactura en línea de la opinión pública, contra la dictadura de las “tendencias” electorales impuestas por las narrativas y las cifras “oficiales”.
Es una rebelión global contra el poder sí, pero es antes una rebelión “millennial” contra la “caja boba”, sus payasos y su carnaval de cifras y pirotecnia.
El autor es Maestrante del programa de “Gobernanza y Comunicación Estratégica” de la The George Washington University.
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