Misterios del más allá
Aldo Luna Maceda
Ante los preparativos y desplazamientos de los invasores peruanos al mando del Gral. Agustín Gamarra, ocupada la ciudad de La Paz, se produjo la unidad de los bolivianos, al mando del Gral. José Ballivián, quien decidió iniciar el combate. Es digno de mención el hecho de que inclusive los partidarios del retorno del Mariscal Andrés de Santa Cruz renunciaron a sus pretensiones políticas para ponerse a órdenes del Gral. Ballivián, quien en sus proclamas manifestó que el Gral. Gamarra hallaría su tumba en suelo boliviano.
Entre tanto el Gral. Gamarra se encontraba en La Paz, cuya población le demostraba resistencia y animadversión con actos de hostilidad. Viendo esta situación, el general peruano se retiró de La Paz y se dirigió a Viacha. El Gral. Ballivián se encontraba acampado en Sica Sica y de ahí se desplazó hacia Ingavi, campo abierto cerca de la población de Viacha, al nivel del cerro de las Letanías.
El choque armado se produjo a hrs. 10.45 de la mañana del 18 de noviembre de 1841 en el campo abierto de Ingavi. Las tropas bolivianas con una bravura sin límite y con el deseo de castigar al invasor, dominaron desde el comienzo la situación, haciendo retroceder a las tropas peruanas, causando grandes bajas y prisioneros. Para desgracia de los invasores, el Gral. Gamarra recibió una descarga mortal, cayendo al pie de su caballo y su hijo que le acompañaba, apenas pudo cerrarle los ojos y darle el póstumo adios.
Derrotados los peruanos, cayó preso el Gral. Ramón Castilla y junto a él 24 coroneles, 150 jefes de distintas graduaciones, 3.200 soldados, 8 cañones, 3.400 fusiles y fue deshecha su caballería. En esta forma el Gral. Ballivián epilogó su decidida actuación militar con esta brillante victoria.
A propósito de esta acción, sucedió que me encontraba escuchando la versión con los oficiales y soldados del regimiento Bolívar 2° de Artillería, junto con el Dr. Guaraz eminente galeno. Lo increíble es que decían que esa batalla se repetía todos los años, en la fecha en que se llevó esta acción de armas en Viacha. El mismo comandante del Regimiento expresó que había visto la repetición de esa memorable batalla, lo que fue corroborado por los soldados que hacían la guardia nocturna en los muros periféricos del Regimiento. Por ello, la tropa temía hacer la guardia en ese sitio, ya que eran frecuentes los desmayos y hemorragias producidos por las apariciones de soldados fantasmagóricas del más allá.
El Dr. Guaraz manifestó que era imposible lo que contaban y que apostaba dos docenas de cerveza al comandante del regimiento para constatar esa visión. Efectuada la apuesta, se esperó pacientemente a que llegara el 18 de noviembre. En la noche esperada nos reunimos oficiales, soldados, el Dr. Guaraz y mi persona para verificar tal historia.
Con tal motivo, nos desplazamos por el regimiento hasta la última guardia o extremo y esperamos hasta la una de la mañana, y para sorpresa nuestra, ocurrió lo increíble, lo espantoso, fueron apareciendo en la brumosa noche, formas humanas en una actividad frenética entablando una batalla campal, el humo y las cargas de la caballería, el estruendo de los cañones y la gritería de los soldados que combatían, provocando en nosotros un enorme susto y sorpresa. Lo increíble es que los cabellos del Dr. Guaraz se volvieron blancos por la impresión recibida de semejante aparición. ¿Será que es un fenómeno de la cuarta dimensión? ¿Será que ondas magnéticas eléctricas se trasladan en el tiempo y el espacio para reproducir hechos del pasado? ¿Un fenómeno paranor-mal?. Es un gran misterio. . .
Complementando la nota, casos como el relatado, ocurrieron en diferentes épocas y en distintos lugares donde se realizaron horrendas batallas. Otro testimonio sobre batallas lleva-das a cabo por ciertos espíritus ocurrió durante la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918). Todo el día se había estado combatiendo en la disputada “tierra de nadie” alemanes y franceses. Por la noche de aquel dramático día de septiembre, la lluvia había arreciado y las acciones habían decaído, sólo el resplandor de aislados cañona-zos alumbraban las trinchera alemanas, la noche era oscura. En el sector encomendado al capitán Eric von Henkel, había hambre, sed, cansancio, deses-peración por falta de suminis-tros.
También se estaba en espera de los reemplazos, pues los diezmados combatientes alema-nes estaban cansados y ago-biados de combatir, de pronto, y muy cerca de la media noche, el soldado Hans Braún que estaba de guardia, gritó entusias-mado anunciando la llegada de las tropas frescas. Todo el pelotón de la trinchera 127 se puso de pie y levantando la manos daban la bienvenida a los hombres que llegaban para reemplazarlos.
De pronto, en medio de la oscuridad, cuando la columna se fue acercando más, los soldados alemanes retrocedieron pálidos y aterrorizados, lo que llegaba a las trincheras era un ejército de muertos, un ejército de calaveras en formación perfecta, eran las almas, los espíritus de los miles y miles de muertos, caídos en esas mis-mas trincheras, y que esa noche se levantaban para tomar el lugar de los vivos y continuar la lucha.
Llenos de espanto y terror, los soldados del capitán Henkel huyeron a refugiarse en lo más profundo de las trincheras. Sin embargo, no sólo fueron los alemanes quienes vieron a sus muertos compatriotas llegar a las trincheras, también los centinelas franceses, desde el otro frente, fueron testigos de este fenómeno espan-toso, al igual que los alemanes, también aban-donaron sus puestos de vigilancia y huyeron despavoridos del lugar.
Al día siguiente, los soldados dieron su infor-me a sus superiores de lo visto aquella noche, naturalmente que no les creyeron tal infundio. Existen otros ejemplos antiguos, relativos a este fenómeno, pero hoy, la ciencia trata de enterrar como a los muertos con el manto de la supersti-ción, arguyendo que fueron espejismos o efec-tos de los fenómenos naturales como la neblina o simplemente la imaginación de los soldados que vieron caer en el campo de batalla a sus camaradas y el deseo de volverlos a ver con vida entre sus filas combatiendo.
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