Todavía perdura el recuerdo, en una ciudad de Europa, de un alegre zapatero. Era, probablemente, una de las personas más felices de la tierra a pesar de su gran humildad.
Un día el zapatero fue visitado por uno de sus vecinos, un banquero muy rico, que al observar la gran alegría del zapatero entre tanta miseria, no pudo dejar de preguntar:
• Señor zapatero, si no es molestia, ¿podría decirme cuánto gana usted con su humilde trabajo?
• Es tan poco dinero, señor, que hasta vergüenza me da decirlo, no se lo tome a mal. Pero dicho dinero me da cada día el pan de mis hijos, y a mí me basta con terminar decentemente el año, aunque tengamos que privarnos, lamentablemente, de muchas cosas. – Respondió el za-patero orgulloso.
Aquella excelente y positiva actitud dejó muy sorprendido al banquero que, poco después, dijo muy conmovido:
• Señor zapatero, tome usted estas monedas de oro que le ofrezco desinteresadamente, y guárdelas con esmero para cuando las necesite de verdad.
A partir de entonces la actitud del zapatero cambió, con motivo de sentirse po-seedor de una de las mayores riquezas del mundo. Aquella riqueza exigía mucho del zapatero, ya que al haber escondido bajo el suelo de su casa las monedas de oro, era incapaz de descansar y vivir con normalidad. El zapatero había enterrado sin saberlo al mismo tiempo el dinero y su alegría y buen humor, siendo desde entonces huéspedes de su casa, el miedo, la desconfianza, el insomnio y la inquietud. El menor ruido durante la noche, le hacía llenarse de temor ante un posible robo y sus consecuencias.
Hasta que un día, cansado el zapatero de su nueva vida, fue a visitar a su vecino banquero:
• Oiga, amable señor; quiero devolverle todo su dinero, pues mi mayor deseo es vivir como lo hacía antes.
Y, de esta sencilla forma, el zapatero recuperó su alegría.
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