El desarrollo del sistema económico capitalista en Bolivia es inevitable e inexorable desde 1952, pero especialmente desde principios del presente siglo. No se trata de una suposición, es un hecho palpable. Sin embargo, ese impulso de las nuevas fuerzas productivas de la población en su conjunto (indígenas, mestizos, criollos, etc.) se produce difícilmente debido a grandes estorbos e impedimentos políticos y económicos de tipo comunitario, feudal y colonial subsistentes, que ciertos políticos conservadores, autoridades y disposiciones legales de todo tipo, en particular la actual Constitución Política del Estado, se empeñan a rajatabla en conservar.
De manera concreta, esos pesados y numerosos lastres no solo frenan el espíritu del naciente sistema democrático que construye la sociedad boliviana. La lista de esos obstáculos comprende aspectos principales, como la antiquísima distribución de la propiedad de la tierra, en especial en la región internadina y la más poblada del país, problema al que se suma el mantenimiento de primitivos sistemas de producción que defienden tanto los partidos tradicionales, como los llamados de “izquierda”.
La tierra no ha sido liberada y, por tanto, la nueva forma de producción democrática no se puede desarrollar; es casi imposible introducir nuevas tecnología y evita el desarrollo de las llamadas fuerzas productivas. Se arraigan más aún los antiguos usos y costumbres preincaicos y medievales. Es más, se hace todo lo posible para mantenerlos o restaurarlos, como el colonato feudal, el minifundio, etc. Se mira más al pasado, como la mujer de Lot. Así, el país, más a la corta que a la larga, está condenado a convertirse en una estatua de sal.
El freno principal que trata de eternizar ese estado de cosas es el populismo reaccionario, convertido en ideología oficial, procedimiento aplicado por la fuerza por los propios protagonistas de ese sistema, que miran el pasado con lágrimas en los ojos, repudian el futuro y así insisten en el “tiempo de las cosas pequeñas” (Almaraz) o hasta dicen que el capitalismo está “contra natura” (Zavaleta). Las políticas oficiales son, así, las causas principales de la conservación del régimen económico arcaico, mezcla de resabios del pasado milenario e ilusiones metafísicas.
Algunos gobiernos se oponen al desarrollo democrático (capitalista) a brazo partido, desde el punto de vista del pequeño empresario o el intelectual burocratizado, es decir el sector social en transición que tiene la conducta de los “dos caras”. Los partidos oficiales y oficialistas son la causa principal de la conservación del régimen, mezcla de resabios milenarios e ilusiones utópicas; resisten al desarrollo democrático a brazo partido, oponiéndose así al desarrollo económico y espiritual del pueblo. Es más, van contra la corriente democrática de la historia, ya firmemente anclada en el país desde mediados del Siglo XX.
Esas tiendas políticas se autocalifican de izquierda, pero en los hechos son de extrema derecha, carentes de imaginación y perspectiva histórica. Hablan hasta por los codos y hasta afirman que el consumo determina la producción. El Estado es feudal. La mentalidad del pequeño productor y su situación transitoria produce absurdos lógicos, está en la etapa de la prelógica, pues se expresa con una mezcolanza de opiniones progresistas y reaccionarias, o sea el populismo regresivo.
Ese punto de vista reaccionario ha sustituido el sindicalismo obrero por el “sindicalismo” gremial corporativo y se apoltronó en la Central Obrera Boliviana (COB) y adoptó esa “ideología” populista. No acepta el hecho de la desintegración del campesinado, cierra los ojos ante las nuevas clases en formación en el seno de los pequeños empresarios urbanos y rurales. Ve al sistema democrático como algo venido desde fuera, cuando en realidad es algo que viene desde adentro, como también sucede con las comunidades indígenas. Repiten como loros y no han visto que el país no sufre de capitalismo, sino más bien de falta de desarrollo de ese capitalismo que, pese a sus contradicciones, es un movimiento progresista que ha creado más fuerzas que todas anteriores juntas.
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