Por encima de que cualquier candidato hubiese obtenido la victoria en las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo más destacable en ese magno evento fue el procedimiento para que la ciudadanía emita su voto y que los resultados no sean objeto de denuncias por duda o corrupción, y así el proceso sea motivo de satisfacción general.
Ese proceso electoral fue, en sí mismo, puede decirse impecable. Pero el resultado ha sido producto de un sistema de elecciones que se produce de abajo hacia arriba, en medio de absoluta transparencia y con la participación masiva de todos los sectores sociales. Se trataría de un procedimiento que bien podrían aplicar otros países del mundo, donde todavía se impone métodos antidemocráticos, prorroguismo, violencia, uso de sucias prebendas y, en general, la vigencia de un clima de absoluta falta de libertades democráticas para que los ciudadanos emitan su voto de acuerdo con las decisiones de su conciencia y su criterio político personal.
Las elecciones en el país del norte no son producto de los deseos de sus jefes y las camarillas que los rodean. Todas las decisiones son adoptadas desde el nivel popular, ni siquiera desde las “bases” del partido. En primer lugar, los candidatos de los partidos participantes no son elegidos por los jefes de los mismos partidos, sino por elecciones protagonizadas por el pueblo (los llamados “caucus”). Solo entonces, cuando el pueblo eligió a los candidatos a presidentes, el partido procede a una nueva elección interna y recién de ese nivel nace el candidato oficial del organismo partidario. Se trata, pues, de un proceso del más alto sentido democrático.
Una vez que el partido tiene su candidato oficial, recién empieza la campaña directa de los candidatos, la misma que, también, se realiza con las características democráticas más amplias, sin ninguna limitación ni censura ni siquiera observación. Es más, los candidatos contrincantes se enfrentan públicamente en numerosos debates, de tal forma de poner a prueba la elección popular de que fueron objeto en las instancias anteriores.
Finalmente, después de tan esmerada selección se producen las elecciones generales. Pero inclusive en este nivel se encuentran las instancias de libertad y voluntariedad. En efecto, la votación de los ciudadanos no es obligatoria y los que se consideran aptos para cumplir esa responsabilidad pueden emitir su voto por correo u otros medios desde treinta días antes del día principal de las elecciones.
Naturalmente, el resultado de ese procedimiento es acatado por la población en general, ya que ha participado en un juego de innegable contenido democrático. El producto de ese procedimiento de abajo hacia arriba ha sido la elección del candidato del Partido Republicano de Estados Unidos, Donald Trump, suceso que ha sido felicitado por los votantes de todo lado, e inclusive, de inmediato, la candidata contrincante, Hilary Clinton, con alto sentido político democrático se apresuró para felicitar al candidato ganador y desearle éxito en sus funciones y cuyo programa y sus bondades estará sometido a la prueba de fuego de la práctica y a su consigna nacionalista: “Estados Unidos grande otra vez”.
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