Inhumano fue el ostracismo en todos los tiempos y pueblos. Maldito invento que siempre ha vulnerado la dignidad humana. Un exceso que fue asumido por quienes creían poseer toda la facultad para disponer del destino de los caídos aplicando dicha medida.
El ostracismo condenaba y condena a los vencidos a sobrevivir lejos de la patria amada, de los seres y objetos queridos, en una situación sumamente dura y con múltiples necesidades. Y con una nostalgia permanente.
Ostracismo que conminaba, prácticamente, a vivir del favor de personas e instituciones caritativas. De aquellos espíritus solidarios con el prójimo en desgracia o sea con quienes deambulaban por el mundo obligados por las decisiones de corte dictatorial.
El ostracismo es la secuela que arrojaron, particularmente, las dictaduras militares. “Todos sabemos que el militarismo es un régimen de fuerzas físicas, disciplinadas para servir a los intereses personales de un hombre, o, cuando mucho, de una pequeña oligarquía, ejerciendo perpetua violencia sobre toda la vida nacional”, sostiene Carlos Sánchez Viamonte, en su libro “Del taller universitario”, publicado el año 1926, página 91.
Muchos deportados han expirado lejos de la tierra que los vio nacer. O retornaron a sus lares de origen empobrecidos, cansados o, en el peor de los casos, enfermos. ¡Gajes del oficio!, dirán algunos.
Esta suerte adversa tuvo que sortear, también, el escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), quien fue expulsado de su país, por haber disentido con la dictadura de Primo de Rivera, que se hizo del poder en fecha 13 de septiembre de 1923, mediante un golpe de Estado.
Unamuno fue rector de la Universidad de Salamanca y cultivó todos los géneros literarios. Además ratificó, ante la historia y los hombres, su inquebrantable fe católica. Pues tuvo una profunda fe en el Dios único de la vida.
“Ante él quedaba todavía una amarga experiencia: la deportación, por el dictador Primo de Rivera, en 1924, a las Islas Canarias, que él mismo convirtió, más o menos, en destierro, primero en París y, más tarde, en Hendaya. Años de exilio de los que sabemos que le fueron duros, y que él aguantó, a pesar de que los gobernantes de su país le hicieron ofrecimientos para que regresara, pues este hombre esforzado resultaba incómodo también en el extranjero”, se lee en “Humboldt”, año 7, 1966, Núm. 25. El trabajo corresponde a Hans Joachim Sell. Unamuno retornó en febrero de 1930 a España.
En suma: Unamuno sufrió en carne propia los rigores del ostracismo.
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