Los pronósticos de grandes y numerosas firmas dedicadas a las encuestas electorales están perdiendo confiabilidad al comprobarse una serie de errores en sus estudios. Eso confirman los fracasos de sus resultados sobre varias elecciones y referéndums relacionados con grandes acontecimientos mundiales, tales los casos del rechazo del pueblo colombiano a un tratado del gobierno con las FARC; el fracaso del “brekit” en Inglaterra; la decisión autonomista de Irlanda o la determinación de Bolivia en el referéndum de febrero pasado.
No solo eso, también se debe anotar el gran fiasco de algunos periodistas, escritores y políticos en sus vaticinios sobre esos y otros acontecimientos de importancia, resultado que se basó tanto en apreciaciones propias como en datos de las empresas encuestadoras. En efecto, cuando todas las encuestas daban por seguro, por ejemplo, el triunfo de la demócrata Hillary Clinton sobre el candidato republicano Donald Trump, el saldo final fue contrario a sus conjeturas, dando al traste con su propio prestigio y el de reconocidas empresas en cuyos análisis mucha gente confiaba a pie juntillas.
¿A qué se debería el fracaso de las encuestadoras en los casos aludidos? Podría deberse a varios factores, pero entre ellos se debe tomar en cuenta que sus estudios de basaron en datos positivistas concretos y no en análisis lógicos de la realidad. La falta de perspectiva histórica y desprecio de la realidad política esencial de algunas naciones conduce precisamente a resultados falsos. Se toma en cuenta ciertas referencias aparentes, pero no aspectos esenciales de cada realidad, que generalmente está recubierta de apariencias engañosas, no es considerada por los encuestadores y, naturalmente, el resultado es caer en errores garrafales, víctimas de la sentencia popular que dice: “las apariencias engañan”.
Pero tan notables como fueron las encuestas frustradas, se encuentran las reacciones emocionales de los comentaristas de prensa que, guiados tanto por los datos de las encuestadoras como de sus propios criterios, terminaron, en este caso en el error, asegurando que el triunfo de la demócrata Clinton era “más que seguro” y como la noche sigue al día. Sus afirmaciones eran tan contundentes que estaban produciendo anticipados actos de regocijo y hasta cánticos de victoria. Sin embargo, esas sentencias resultaron absolutamente falsas.
¿A qué se debió el haber caído en semejantes errores? En primer lugar a falta de criterio propio en el análisis de una realidad determinada y segundo, en que se dejaron engañar –si vale el término- por los datos de las consultoras, propagados casi exclusivamente por los medios de comunicación. Al respecto, se puede agregar que quienes no se sometieron a las estadísticas de las consultoras y actuaban con criterio propio, no “pisaron el palito” y aseguraron que, en el caso de EEUU, Trump saldría victorioso; en el de Colombia, Santos sería derrotado; en el de Inglaterra ganaría el “brekit” o en Bolivia se impondría el “no” en febrero pasado, etc.
En el caso de Estados Unidos el desastre de las encuestadoras fue calamitoso y contundente, pese a que dominaron absolutamente la publicidad y, además, lo hicieron a nivel internacional, pero despreciaron la realidad interna de ese país. Se guiaron por las apariencias, pero no por la realidad. Esa propaganda engañosa contra Trump y a favor de Clinton fue captada por los ingenuos y descreídos, quienes sin el menor criterio lógico, cayeron en un error de proporciones vergonzosas y del que no saben cómo salir.
Está bien que las encuestadoras se guíen por datos específicos, pero eso no es suficiente, ni mucho menos. Por lo que también hay que guiarse por datos políticos esenciales y determinantes que son los únicos que valen, como la reacción nacionalista contra el internacionalismo librecambista de los demócratas de Estados Unidos o la nacionalista contra los populistas nativos que andan por los cerros de Úbeda.
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