El Nuevo Mundo o nuevo continente, que emergió como resultado de los sueños e inquietudes del navegante genovés Cristóbal Colón, trajo consigo dolor, sangre y luto para los originarios, en particular. Llegaron con él los grilletes del sojuzgamiento que los convertiría en parias. En su propia tierra, como es bien sabido.
Pues “revestidos con armaduras y cotas de malla, a caballo unos pocos y la mayor parte a pie, defendiéndose de los indios más con los perros que con las espadas y la pólvora, los conquistadores, que parecen salir de un gobelino flamenco, con estilo medieval, exploraron y conquistaron a México y al Perú”, anota Germán Arciniegas, en su trabajo “Las cuatro Américas”, sobre la llegada de los primeros españoles a estas regiones, desconocidas hasta entonces. Véase “Cuadernos”, revista mensual, 60, mayo de 1962, París, página 8.
Nuevo Mundo que significó la cancelación de las libertades y la conculcación de los derechos fundamentales de los originarios. Fue el inicuo régimen de explotación, encarada bajo la modalidad de Encomiendas u otros por el estilo, que laceró las espaldas de aquellos infortunados. Fue una difícil realidad social que atentó en contra de sus genuinas pretensiones de mejores días.
Los originarios tuvieron en el austero fraile de Sevilla (España), Bartolomé de las Casas, a su más firme, generoso e incondicional defensor. Él salió en defensa de sus reivindicaciones y promovió una cruzada de liberación. Condenó enérgicamente a los poderosos que doblegaban y humillaban a los pobres.
“Mediante su inflamada predicación, estimulada por santa ira, desbordó su alma atormentada y arrepentida, el benemérito fraile sevillano y desde aquel rústico púlpito condenó las injusticias, tiranías y crueldades que se cometía con aquellas mansísimas gentes”, según escribe, Segundo Marín García (“América”, Habana, Vol. XXXIII, abril – mayo – junio de 1947, números 1, 2 y 3, página 76 y 77).
Su monumental obra “Historia de Indias” se constituye en un valioso y elocuente testimonio de las atrocidades que cometieron, en el Nuevo Mundo, sus compatriotas sedientos de oro y plata. Súbditos ibéricos que se adueñaron no sólo de nuestros recursos humanos, sino de nuestros recursos naturales.
Con el propósito incansable de buscar la redención del hombre americano, de las garras de la explotación inhumana, cerró los ojos el venerable combatiente, Bartolomé de las Casas. Además fue el pionero de la justicia social.
En suma: requerimos en nuestros tiempos líderes de la talla del fraile de las Casas.
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