Clepsidra
Que recordemos, nunca antes dos acontecimientos fatídicos que se sobrepusieron entre sí, como: la muerte de Fidel Castro y el trágico accidente aéreo de LaMIA, patentizaron tantas similitudes y contradicciones y suscitaron tantos sentimientos encontrados a la vez.
Si bien es cierto que la avanzada edad y precario estado de salud del provecto dictador avizoraban su pronto fallecimiento, no es menos cierto que ese desenlace ya estaba fríamente calculado y escenificado, como se suele estilar en los países comunistas, especialmente en las exequias fúnebres de sus caudillos y cuando de exaltar los sentimientos del pueblo se trata, llevándolos hasta el paroxismo.
Recordemos los funerales de Stalin o del norcoreano Kim Il Sun, donde la histeria colectiva fue tal, que el pueblo llamado a “expresar su dolor”, sea por obligación o por conveniencia, conformó una sola masa plañidera capaz de anegar en llanto la Plaza Roja de Moscú o la Plaza Central de Pyo Yang.
En lo que a Castro respecta, su propio hermano en su discurso póstumo se adelantó al sentenciar: “Su nombre y su figura nunca sirvan para denominar calles o plazas” quizás presagiando el retorno de los espíritus de las víctimas cubanas que ellos mandaron a fusilar, o de aquellos que hallaron la muerte en las fauces de los tiburones, en su anhelo de alcanzar la libertad. Todo por ese mezquino afán de encaramarse por tantos años en el poder de una satrapía, que él mismo otrora depuso, con la agravante de suprimir gradual y sistemáticamente las libertades de su pueblo, encerrándolo en esa gran prisión en que fue convertida la isla, bajo el falaz rótulo de “la isla de la libertad”.
Esa misma avaricia se replicó en la actitud del piloto del avión siniestrado, al haber mezquinado una recarga de combustible en su tanque, para ganar unos centavos, a costa de poner en riesgo la vida de decenas de pasajeros mediante una bufa argucia de un “Plan de Vuelo” aprobado por la Dirección de Aeronáutica Civil de Bolivia, y digno de figurar en su epitafio, que señala: “combustible para 4 horas y 22 minutos, para un tiempo de vuelo programado de 4 horas y 22 minutos”. Una hazaña similar ya había sido realizada días antes, por este mismo sujeto, en un vuelo con la selección argentina, con apenas una exigua reserva. Hoy, la funcionaria que habría denunciado esos turbios manejos acaba de buscar asilo en Brasil.
En ese avión cayó la simbología de lo que sucede actualmente en el planeta, cuando se unen la irresponsabilidad y el delirio. Las víctimas somos todos, por creer en esas directrices que consisten en politizar e ideologizar todo y judicializar aquello que no les sirve o colide con sus inicuos intereses, a través de entelequias diseñadas astutamente para esos exclusivos fines, como el Foro de Sao Paulo, El Alba, Celac etc., donde se refugian los vivos que se sirven de los muertos. Parafraseando a Bécquer: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
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