En casi once años de ser parte fundamental del gobierno, el Movimiento Al Socialismo (MAS), cuyo jefe es el Presidente de la República, se podía pensar que todos sus componentes han tenido oportunidad de aprender mucho; que las experiencias recogidas superarían a cualquier partido que haya estado en posición de gobierno; que la situación halagüeña de la economía fue notable con relación a lo que pasaron otros regímenes sean legales o de facto; pero, todo muestra que de nada sirvieron.
El país, casi al concluir once años de gobierno del MAS, muestra fisuras muy graves no sólo en lo económico sino también en lo político y social. Hay que convenir, honesta, leal y responsablemente, que el exceso de gastos, muchos de ellos dispendiosos e inútiles, ha superado todos los extremos. Todo lo percibido y, mucho más, todo lo gastado de un ingreso que más o menos fluctúa en los 180 mil millones de dólares en casi once años, parecería que nos ha servido mal porque su tenencia ha sido perjudicial para el propio gobierno puesto que los excesos de dinero han causado daños morales y económicos debido a que la corrupción asumió proporciones nunca vistas; los gastos onerosos han sido sin medida, el dispendio en costear seminarios, congresos y hasta eventos internacionales con disponibilidad de dinero del Estado ha sido tal que ha superado todo cálculo.
El “juguete nuevo” que ha sido el gobierno para el MAS es similar a lo que ocurre con los niños que al recibir un nuevo juguete no se cansan de prodigarle cuidados y atención; así, el MAS recibió un gobierno con escasos recursos y, de la noche a la mañana, se encontró con fortunas jamás soñadas. Al comienzo, todo bien, con buenas perspectivas y, lo más importante, con apoyo ciudadano logrado en las elecciones de diciembre de 2005; pero ese “juguete” no sirvió para bien y hubo el desborde, el gasto oneroso, el comportamiento nada correcto de allegados que debieron respaldar a su partido y su gobierno con conductas dignas, honestas y responsables, y no fue así; fue todo lo contrario y las consecuencias si bien no las sufre el MAS ni quienes están en poder del gobierno, las sufre el pueblo porque ve que el futuro es bastante incierto.
Frente a semejante descalabro financiero, se debió confrontar la reducción en general de la producción porque, atenidos a que los ingresos eran altos por los precios internacionales del gas, no hubo preocupación alguna por explorar y explotar nuevos campos tanto de petróleo como de gas; y llegaron los precios bajos y, con ellos, los bajos ingresos y como salida se tuvo dos cauces: prestarse o lanzarlo todo al déficit anual. Y así los hechos, parecería que ya nada importa al gobierno porque con el poco dinero que se percibe por exportaciones de gas, con los préstamos y los déficits “pasarán los días y los años en bonanza y buenas fiestas”, como reza el dicho popular.
Como las desgracias del país nunca llegan sin compañías o complemento, llegó la sequía por la carencia de agua; de la noche a la mañana se descubrió que no había agua, que fulano o sutano tiene la culpa, que el gobierno “no sabía o no conocía nada” y, así, sin saber ni conocer absolutamente nada, sigue la “fiesta”. Esta es realidad que lacera a todos los bolivianos (incluidos los del MAS) con el agravante de que no hay perspectivas ciertas de que el problema se solucione en corto tiempo porque el agua, parte de la hermosa naturaleza, no es obra de magia o de tener buenos deseos: hay que invertir (con seguridad jurídica) mucho dinero, es urgente pensar mucho y confiar en profesionales ingenieros capaces (que los hay y muy buenos) y, si no se los tiene conforme a lo que necesitamos, pedir a organismos internacionales y países con experiencia para que nos cooperen, nos ayuden a resolver los problemas y ver qué nuevas represas se pueden construir -con excepción, por supuesto de El Bala y el Chepete que utilizarlos sería un atentado gravísimo contra el país y el mundo-. En otras palabras, no creer en cuentos chinos y menos en poses de magia que la demagogia y el populismo político partidista lo hacen en muchos aspectos de la vida nacional pero no corresponde con el caso del agua.
Los problemas que confrontamos son diversos y graves y es el gobierno que no puede alegar ceguera o ignorancia sobre lo que carga en su conciencia y que, además, es de su exclusiva responsabilidad por no haber hecho gestión y no haber previsto nada sobre el agua y la urgencia de construir represas y mucha infraestructura en todo el país; por todo ello, no puede culpar a otros de sus propios errores. Llegó el tiempo en que es preciso enfrentar los hechos con la verdad sin rehuir responsabilidades y menos descargando culpas en gobernaciones y alcaldías que no tienen por qué “pagar los platos rotos”.
Así los hechos, hay que enfrentar todo lo que viene pero con la diferencia de que gobernantes y gobernados tenemos responsabilidades y ambos, solidaria y mancomunadamente, estamos obligados a cumplirlas. De otro modo, sólo con reproches y con “ignorarlo o no saber nada” nada podemos resolver y las consecuencias, como siempre, las sufrirá el pueblo que es la eterna víctima de lo que no se hace gestión ni se administra transparente, debida, honesta y responsablemente el país.
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