Periódicamente, el Banco Mundial muestra la situación económica de los diversos países del mundo; hace recomendaciones que no siempre son tomadas en cuenta por quienes administran la economía de naciones, especialmente del Tercer y Cuarto Mundo, donde priman los criterios personales, los de partidos políticos en función de gobierno y, en casos, las imposiciones de dictaduras o tiranías que manejan la economía a su libre albedrío.
Hace poco, en términos preocupantes, el Banco Mundial ha recomendado reducir la pobreza que asuela a un 65 por ciento de la humanidad. Países del Cuarto Mundo y del Tercer Mundo calificado como “en desarrollo”, padecen por extrema pobreza. El Cuarto Mundo está inmerso en una pobreza que es lacerante por lo extrema; sus habitantes padecen hambre y sufren enfermedades de todo tipo; en muchos casos, grupos político-partidistas se hacen del gobierno y siembran mayor miseria de la existente, con centenares de muertos y heridos y desatienden totalmente las necesidades de sus pueblos; por supuesto, la corrupción es parte de la vida de esos gobiernos que no trepidan en cometer las peores fechorías con tal de usufructuar del poder y combatir a quienes se oponen a ellos y que, en casos, se apoderan del gobierno solamente como una especie de turno para cometer crímenes, latrocinios, luchas tribales y otros extremos.
Países del Tercer Mundo -muchos de ellos mal llamados “en desarrollo”- también confrontan dificultades debido a la pobreza y, por más esfuerzos que hacen tanto gobiernos -los que sean responsables y alejados de intereses creados y contrarios a la corrupción- conjuntamente empresarios privados que tienen conciencia de país, apenas pueden vencer los extremos de pobreza y reducir los índices de una pobreza que es parte indivisible de un alto porcentaje de la población.
Cuando el Banco Mundial e instituciones como el Fondo Monetario Internacional (ambas entidades brazos económico-financieros de Naciones Unidas) proponen planes y proyectos concretos a muchos países, encuentran murallas de oposición o, lo peor, la creencia de que hay “injerencia en asuntos propios del Estado”. Lo que convendría es que ambas instituciones actúen más directamente en muchos países para combatir a la pobreza y es mediante el control efectivo de la utilización de dineros y su inversión en proyectos de desarrollo que sean factibles y rentables para evitar que la corrupción tome para sí un buen porcentaje de donaciones, préstamos, tecnología y hasta inversión humana.
Que se propicie, además, la creación de industrias y fuentes de producción para conseguir que esos países no sean simples productores y exportadores de materias primas sino que aprendan a darle valor agregado; en otros términos, invertir para lograr réditos y para conseguir liberación de la dependencia de los pueblos que sean favorecidos con inversión, trabajo, desarrollo, uso y disponibilidad de bienes con valor agregado. En otras palabras, combatir a la pobreza utilizando virtudes, valores y principios de los mismos pueblos.
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