II
Continuamos el análisis y cometarios de la obra que habíamos comenzado a reseñar la semana pasada.
Las vanguardias políticas se dejan seducir por la dialéctica clásica binaria de proletariado y burguesía, sin reparar que la tal dialéctica se relativiza sobremanera según el lugar en donde se está. Los fundadores del Nacionalismo Revolucionario tentaron pensar de otra manera -¡osaron!- y adoptaron el método marxista para la ideación de las estrategias que dieron paso a la Revolución en Bolivia. La Revolución Nacional es, en consecuencia, un maridaje dialéctico entre teoría y práctica, impulsado por filosofías progresistas.
Como el marxismo, el Nacionalismo Revolucionario busca el afianzamiento de un colectivo socialista, mas no a través de la dictadura del proletariado sino mediante una democracia respetuosa de las libertades innatas del ser humano (ius naturalismo). La “viga maestra”, en palabras de Bedregal, sobre la cual descansa la teoría nacional revolucionaria es la constitución del sistema partidario aliancista; trátase de una auténtica (entiéndase auténtica como vernácula) izquierda latinoamericana pensada para esta tierra y no otra. Engels advirtió la peligrosa aplicación de leyes de la economía inglesa a las tierras latinoamericanas: ¡el socialismo científico fue pensado para un determinado espacio y tiempo!
La Revolución Nacional plantea una alianza de clases en contra de la dependencia. En una región emergente, económicamente hablando, como es aún América latina, la lucha que debe ser librada no debe ser de clases sino de pueblos. Uno de los mismos abanderados del socialismo, Lenin, sustentaba que se debía apoyar, en los países atrasados, coloniales o sometidos a la dependencia, a los movimientos nacional-revolucionarios. Repensemos la teoría. ¡El desarrollo de Bolivia reclama la erección del Estado Nacional fuerte!
La Revolución Nacional lucha contra un opuesto, que en muchos casos es el mismo al cual enfrenta el socialismo soviético, o sea el poder capitalista o estatal concentrado en manos de grupos o élites. Mera analogía. El socialismo triunfará –dicen Marx y Engels– después de haberse completado la revolución nacionalista de los pueblos oprimidos por el imperialismo feudal y capitalista.
“En ningún país del mundo se han abolido las clases sociales”, asegura Bedregal, por tanto, siendo pragmáticos y no idealistas, lo cabal es pensar en una alianza y no en una lucha de clases. Las vanguardias populistas en América Latina han embelecado a los pueblos, haciéndoles la ilusión de haber ellas creado un poder popular, mas nunca lo han hecho. La Revolución Nacional creó el poder popular participativo. La concepción estratégica de democracia para la Revolución Nacional es la de una democracia integral, entendida como un “sistema de vida”, en palabras del autor, o sea una democracia económica, política, social, cultural, de género-incluyente y ajena al racismo. Democracia armónica.
La ausencia de una teorética persistente y puntual en el tiempo –hoy más que ningún periodo democrático–, deja ver carencias prácticas machaconas de experiencias similares fracasadas en el pretérito.
Sé que Bedregal dejó, en estas vivas páginas, estrategias que irán a servirnos en la elaboración de un modelo Nacional Revolucionario que marche hacia el socialismo democrático, progresista y libertario.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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