“Dios sabe dónde andarán mis gafas... entre librotes, revistas y papelotes...” Antonio Machado.
EL PROBLEMA DEL PAPELEO
Se cuenta que en cierta capital de una provincia española, un jefe de oficina, un día, convida a cenar a su secretaria. Se sientan en la mesa. El camarero entrega al señor –todavía en la inercia de su jornada de trabajo– la cartulina con el “menú”. El jefe la entrega mecánicamente a su secretaria: “Saque cinco fotocopias”.
Cinco fotocopias de todo. Toda oficina que se precie, funciona sobre la previsión de cuatro robos o cuatro incendios posibles. Únase a esto el régimen de recelo, declaración y confidencia sobre el que están montadas las más perfectas administraciones estatales. Para entrar en un determinado país americano le preguntan a uno todo lo imaginable. Hay preguntas que parecen de “flirteo” como el color de los ojos. Preguntas que parecen de hospital; como las enfermedades que ha padecido uno. Y hay, finalmente, las preguntas de examen de acceso a la Universidad. Así, el casillero que pregunta “raza”. También se cuenta que un anda-luz que iba para América, perplejo ante ese casillero, insinuó al empleado consular que él recordaba vagamente haber estudiado que los fenicios anduvieron por Andalucía. Al empleado le pareció suficiente para llenar la casilla de la “raza”: y como tal “fenicio” entró nuestro anda-luz por América y se paseó por ella.
Yo soy optimista y quiero admitir que toda técnica en definitiva desemboca en el progreso. Pero no sé donde puede llevarnos tanto pape-leo, que en contra de lo previsto, se ha multiplicado en la era de la informática. El peligro de la falta de iniciativa e imaginación consolida cualquier error y lo hace más difícil corregir. Un vecino mío recibía siempre tres ejemplares de la revista a la que estaba suscrito. La máquina que imprime sola el nombre y la dirección de los suscriptores tenía un defecto, repetía tres veces el nombre y la dirección de mi vecino. Para subsanar este error mi vecino tuvo que advertirlo a la editora de la revista, en seis ocasiones.
También es previsible el futuro peligro para la erudición histórica. Toda la vida moderna va es-tando escrita, documentada y copiada en tone-ladas de papel. Cualquier gran empresa tiene un archivo descomunal. La tentación para los historiadores futuros, con psicosis de papeles, va a ser tremenda. El erudito es el señor que no resiste la tentación de contarnos todo lo que sabe. Y es espantoso pensar que en el futuro va a saberse todo de todo.
El problema del “papeleo” empieza a ser así contradictorio con el del carbón o el petróleo. Estos se agotan hasta la inquietud; aquel crece hasta el peligro. Ya preocupa en muchas ofici-nas el problema del peso del papel con relación a la resistencia del edificio. El papel se resiste a morir y se ha buscado un último recurso para no ser destruido ni tirado: que es su primor e importancia tipográfica. Todos los días recibi-mos folletos, prospectos o memorias que no nos interesan nada, pero en los que la catego-ría del papel y la impresión obligan a la terrible conclusión: “Esto no se puede tirar”. Y acaban engrosando las montañas de nuestros papeles.
Pero la última forma ladina y resistente de la tiranía del papel son las felicitaciones de Navi-dad y Año Nuevo. El año termina entre tonela-das de “christmas”. Mucho antes de la llegada de la fechas navideñas, los ministros, los con-sejeros, los directores generales, los alcaldes, los bancos y las empresas, etc., juegan a ser un poco artistas y dedican horas a imaginar con qué maravillas sorprenderán a sus amigos. Se producen las más insospechadas asociacio-nes. A lo mejor una organización pacifista le felicita con “Las lanzas” de Velázquez y su modisto con “La maja desnuda” de Goya. El crecimiento de este último y artístico “papeleo” es alarmante. Hay “christmas” ya del tamaño de una servilleta. Y hay personas que le envían a uno un artilugio en el que, tirando del primer plano, sale todo un portal de Belén... ¿Qué hace uno con todo eso? ¿Quién lo conserva? Si la costumbre perdura, las casas además de los cuartos de baño, deberían prever el cuarto de felicitaciones de Navidad... Y como dijo el poe-ta: “Allí agoniza la tinta / y desfallecen los plie-gos / y el papel se agujerea / como un breve cementerio”.
Francisco Arias Solis
e-mail: aarias@arrakis.es
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