El comandante en jefe de las fuerzas armadas de la República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, asaltó el poder en 1930 y asumió un gobierno dictatorial, con todas las fuerzas concentradas en sus manos. Es decir con todas las facultades para “pisar y pasar”. Y lo hizo, como bien reitera la historia, vulnerando los derechos humanos, en particular.
En consecuencia su régimen, que se inscribe como uno de los mayores retrocesos en materia política, utilizó métodos de terror para sustentarse en el poder. En este marco se han registrado numerosos crímenes, atribuidos a la dictadura, mismos que no fueron esclarecidos ante la historia y los hombres, hasta la fecha.
Entre estos se menciona el asesinato del profesor laborista Jesús de Galíndez, cuyos restos nunca aparecieron. Galíndez, en circunstancias que salía “de su clase, en la Universidad de Columbia, fue raptado en las calles de Nueva York, trasladado en avión a la Republicana Dominicana y asesinado”, relata Harry Kantor. Véase “Cuadernos”, revista mensual, París, Nº 72, mayo de 1963, página 51.
El pueblo dominicano, con un elevado índice de analfabetismo entonces, ha sobrevivido a la dictadura más cruel y funesta que jamás se haya visto en la historia del archipiélago de las Antillas. Una dictadura que estuvo vigente hasta la muerte de Trujillo, acaecida en fecha 30 de mayo de 1961. Pues murió asesinado.
Asimismo ha ratificado la unidad, en la resistencia, como el supremo objetivo de liberación. Lo hizo superando diferencias, a fin de lograr el reencuentro. Buscando, en lo posible, la reapertura democrática que conduce, en todos los tiempos y pueblos, a la meta de la reconciliación, del entendimiento y de la pacificación.
Fue controlado, posiblemente, por la policía secreta, por los organismos de espionaje y grupos terroristas de Trujillo, pero jamás fue doblegado ni perdió la esperanza de construir un mundo con equidad y justicia social, en libertad. Por lo visto las tenebrosas intenciones dictatoriales, digitadas por Trujillo y su entorno, no hizo mella en el pueblo dominicano ni quebrantó su espíritu de lucha revolucionaria.
En suma: el pueblo dominicano fue capaz de encauzar su derrotero, por el bien común, pese a las circunstanciales adversidades.
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