Buscando la verdad
Si le preguntaran, a propósito de la Navidad: ¿Qué parte de la historia que conoce de Jesús considera la más importante? Diría que: ¿Su nacimiento? ¿Su vida? ¿Su muerte? Si eligió una de las tres, dio una respuesta equivocada.
Es cierto que el nacimiento de Jesús de Nazaret fue fundamental en cumplimiento de lo profetizado siglos antes, partiendo “en dos” la historia de la Humanidad. Su vida fue también trascendental, pues no solo nació, sino que vivió sin pecado. Y su muerte en la cruz fue el cruento capítulo que marcó el punto culminante de la más bella historia de amor. Pero, si todos nacemos, vivimos y un día moriremos… ¿por qué Jesús es tan trascendente? Veamos.
Primero, porque quien nació en Belén no fue un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios. Segundo: Jesús pese a ser igual a Dios, no se aferró a su deidad sino que se hizo igual a los hombres y fue tentado en todo, pero no pecó; y, quien por tanto no merecía la muerte -porque escrito está que la paga del pecado es muerte- “se hizo pecado por nosotros” y voluntariamente derramó en sacrificio su sangre como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… ¡pero, eso no fue todo!
Despreciado por su propio pueblo, Jesucristo fue torturado por los romanos: flagelado, escarnecido, quebrantado, herido, humillado y abatido; le escupieron y golpearon el rostro; le arrancaron su barba, hasta quedar desfigurado. Le pusieron una corona de espinas. Angustiado Él, y afligido, no abrió su boca. Como cordero fue llevado al matadero y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció. Fue colgado desnudo en la cruz como un maldito y por nuestro pecado fue contado entre los pecadores. El cuerpo de este varón de dolores experimentado en quebranto quedó convertido en una sola llaga, para que por ella seamos curados de las enfermedades.
En su condición humana había clamado: “Padre, si es posible pase de mí esta copa”. Y en su estertor intercedió, como solo quien verdaderamente ama lo puede hacer: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Lo mejor de toda esta historia es que Dios Padre -por su obediencia- resucitó a Jesús por medio de su Espíritu Santo y lo mismo puede hacer con Ud. y conmigo.
Por tanto, ni el cumpleaños ni la vida ni la muerte sino la “resurrección” de Jesús es lo más importante, porque si creemos en ello y nos arrepentimos de nuestros pecados y confesamos Su nombre…¡seremos salvos de la condenación eterna! Si aún no lo ha hecho, repita esta oración: Jesús, te recibo como mi Salvador y Señor.
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
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