Adrián Mac Liman
Los “eurócratas” dieron un gran suspiro de alivio al comprobar que el electorado austriaco se decantó, hace apenas unas semanas, por el candidato ecologista independiente a la presidencia de la República, Alexander Van der Bellen. Su contrincante, el derechista Norbert Hofer, estuvo a punto de alzarse con la victoria en la primera vuelta de la consulta, celebrada en el mes de mayo. Sin embargo, el Tribunal Constitucional anuló los resultados de los comicios al detectar irregularidades en el recuento de los votos emitidos por correo.
Pero, ¿qué temían los representantes de las altas instancias comunitarias? Las atribuciones del Presidente de Austria son, al menos aparentemente, bastante limitadas. Mas el Jefe del Estado ostenta también el cargo de comandante el jefe del Ejército. Tiene la prerrogativa de nombrar al Canciller (Primer Ministro) y de disolver el Parlamento. Demasiado poder para un estadista perteneciente a una agrupación radical de extrema derecha como el FPÖ (Partido para la Libertad de Austria), dispuesta a cambiar el rumbo de la política de este país centroeuropeo, que vio nacer el su suelo a Adolfo Hitler y llegó a ser gobernado, allá por los años 80 – 90 del pasado siglo, por el diplomático Kurt Waldheim, acusado de haber cometido crímenes contra la Humanidad durante la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo de aquellos episodios convulsos permanece, cual nubes negras, en la memoria de los austriacos.
El resurgir de la extrema derecha europea, la agresividad de la retórica empleada por sus líderes en el avance hacia las cimas del poder, preocupan tanto a la clase política como a los expertos en ciencias sociales, quienes divisan en la propagación del llamado populismo un profundo malestar de la ciudadanía. Algunos, como por ejemplo los partidos de izquierdas, achacan el fenómeno a los estragos causados por la crisis económica; otros prefieren recurrir, simplemente, al miedo a la globalización.
Miedo o rechazo, poco importa. Según un estudio realizado recientemente por la fundación alemana Bertelsmann, el electorado europeo prefiere dirigir sus miradas hacia las opciones populistas de derechas, que rechazan cualquier intento globalizador, empezando por la tan cacareada integración europea. La encuesta llevada a cabo por los expertos de la fundación en 28 países de la UE pone de manifiesto que alrededor de la mitad de los europeos – un 45 por ciento – considera que la globalización es perniciosa. Rechazan el fenómeno el 55 por ciento de los austriacos, el 54 por ciento de los franceses, el 39 por ciento de los italianos y los españoles, el 36 por ciento de los británicos. A ellos se suma el 47 por ciento de los húngaros, el 40 por ciento de los holandeses y el 45 por ciento de los alemanes.
Curiosamente, no se trata de una opción ideológica, sino del divorcio entre la sociedad y la clase política tradicional. Estiman los sociólogos alemanes que los factores que inciden en la decisión de los ciudadanos son: la educación, el nivel económico y la edad.
La crisis económica genera, a su vez, una masa de maniobra importante para la extrema derecha europea. Es uno de los argumentos esgrimidos por el 67 por ciento de los votantes del Frente Nacional francés, el 54 por ciento de los afiliados a la Liga Norte italiana, el 49 por ciento de la Alternativa para Alemania (AfD) o el 32 por ciento de los miembros del Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP).
Todos y cada uno reclaman la vuelta a los valores tradicionales, es decir, al nacionalismo aislacionista.
Curiosamente, los expertos de Bertelsmann no han analizado la otra faceta del fenómeno: el populismo de izquierdas. Sus motivos tendrán…
El autor es analista político internacional.
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