“Yo dejé para siempre la vida de las llanuras”, dice un verso de Henrik Ibsen.
Un varón piensa y escribe en el Ande. El farallón le protege y le inspira; el cóndor le deslumbra; la raza le impulsa. Se desenvuelve entre las murallas pétreas de la estepa, pero siente la fuerza creadora del Gran Celador y del Cerro Blanco; ¡el genius loci del latino! Diez de Medina lanza este diagnóstico filosófico: “Tanto se aproximaron suelo y hombre, que al cabo se unimisman en el abrazo unívoco del cosmos”. Y solfea en el septeto nuestro poeta americano: “El alma de estos montes/ Se hace hombre y piensa./ Tramonta un ansia inmensa/ Los horizontes./ Y en luz huraña/ Más de una sien transflora/ Una montaña!”.
Así es el artista verdadero. Crear es su consigna, y no importa que viva obviado y sin amigos. Sigue su ley y nada le aleja de su senda. Homero, Dante, Leonardo, Goethe, Hugo, Tamayo, murieron solos. Arte, ciencia, política, ¿qué son? Uno encuentra en ellos bálsamo y también acíbar. Clásico y romántico en el arte, positivo en ciencia y nacionalista y demócrata en política, su niñez transcurrió monótona y grave y su juventud es una búsqueda sin tregua. En el campo, amando la natura se templa el artista y bebe de la lengua nativa. ¿Habéis notado cómo ruiseñor y cóndor se aúnan en la poesía, cómo la Cordillera y el Olimpo maridan sus plectros, cómo amauta y licurgo hienden la harmonía en una sola lira, cómo la india y las musas pueden coexistir en el canto idílico?
La Paz, la Hoyada. Quien la habita, quien la visita no puede salir de ella porque encanta. El paisaje aéreo, las increíbles geometrías, el dibujo de su Monte Tutelar, todo inspira al creador. Porque genios como Tamayo o Jaimes Freyre habitaron en la planicie altiplánica se puede decir con vehemencia que aquí la maravilla clásica puede aunarse con la gesta andina. Palas Athena y Febo Apolo deben regir la poesía en cualquier lugar del orbe. Para el artista de sangre india y genio clásico el centro del mundo puede estar aquí. Historia, Religión, Amor, todo inspira. Y la fuente inagotable de poesía, el óbito tremendo que abarca la dicha pretérita y el porvenir feliz: Marcelo.
Eros llega siempre a la vida, no se le puede evadir. Se enamoró de una flor. Era apenas una niña que no llegaba a los quince abriles. No pasó más que un beso.
Y el artista sigue en su búsqueda solitaria, porque sabe que el que hace arte y no ha escalado hasta la cima donde mora la plenitud intelectual es un insensato. Saber otras lenguas. Estudiar filología. Escribir el castellano con señorío. Porque el alma universal, el “homo universalis”, pretende universalizar su pensamiento.
La inteligencia germánica, el arte nórdico, no pueden ser ajenos al espíritu selecto. Las notas de Mozart… Le parecía que la vida no tenía más que un único objetivo, solo apretó su corazón un cáliz que era un galardón: saber. La soledad del artista se afincó en la morada de su ensimismamiento. La filosofía de Schopenhauer… Y a veces recuerda y otras corea en su mente los versos eternos de Goethe: “Was ich irte, was ich strebte,/ Was ich litt und was ich lebte,/ Sind hier blumen nur im strauss;/ Und das alter wie die jugend,/ Und der fehler wie die tugend/ Nimmt sich gut in liedern aus”.
Franz Tamayo es para ese hombre lo que fue Goethe para Tamayo y lo que Shakespeare para Goethe.
Y dijo: “Seré Tamayo, o no seré nada”.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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