• La tradición de recibir a la medianoche la llegada de nuestro Salvador es una constante en todas las regiones del país. Según el lugar, los fieles repiten costumbres y actos de adoración al Niñito Jesús.
En Bolivia, como en gran parte del planeta, a las cero horas del día 25 de diciembre, se da la bienvenida al Salvador, Jesús, según creencia católica-cristiana.
La plurinacionalidad que comparte el territorio boliviano, hace, según sus costumbres y formas de vida, adoraciones que al fin de cuentas, tienen un solo objetivo: la felicidad por la llegada del Señor.
Muchas de las costumbres ancestrales de la Navidad en Bolivia han ido desapareciendo, pero algunas aún se conservan, principalmente en ciudades pequeñas y en el área rural, casi como en tiempos de la Colonia.
En la zona de los valles y en el Oriente, el clima ayuda a que la gente salga a las calles y visite los grandes pesebres elaborados con materiales rústicos que eran tradicionalmente armados en las plazas e iglesias, y que aún se siguen armando en muchos hogares, con concursos y premios incluidos, como sucede en Santa Cruz. En la zona andina, por el frío, la forma más común es festejar en casa tomando un chocolate caliente con buñuelos, cantando y bailando; y también se mantiene la costumbre de armar pesebres.
Antes era tradicional realizar una dramatización pública de la anunciación y el nacimiento de Jesús el 24 de diciembre, para lo cual se escogía a varones adultos para hacer el papel del ángel Gabriel, José, los reyes magos y los pastores, a una joven para hacer de María y un bebé para hacer del Salvador. La joven era llevada montada en un burro, del que tiraba José, hacia un pesebre normalmente instalado en la iglesia del pueblo, o a veces en la plaza central, donde “nacía” Jesús, y se dramatizaba la historia de la visita de los pastorcillos y los magos. También era costumbre que los niños, en grupos o solos, fueran de casa en casa cantando villancicos y bailando ante el pesebre armado en cada casa, tras lo cual el anfitrión les convidaba con ponche, o algún refresco y chocolate si eran muy pequeños, y buñuelos.
En la zona rural del altiplano, los aymaras adornaban a su ganado y se echaban pétalos de flores durante la Navidad, que para ellos era la fiesta de los awatiris, es decir los pastorcillos de ambos sexos que cuidan las llamas, vicuñas, ovejas y otros. Diciembre es un mes de cambios para esta etnia, porque era entonces cuando se asignaban las obligaciones de los pastores, se elegía a las autoridades originarias y se celebraban matrimonios. Una peculiaridad de la zona andina que no se repite en el resto del país es la costumbre de elaborar figuras de barro para el pesebre, que aunque teóricamente es una costumbre cristiana, en realidad era una expresión del deseo de tener mayor cantidad de ganado al próximo año, un deseo bastante lógico en una sociedad que depende grandemente de la ganadería ovina y de auquénidos. Estas figuras de barro se debían crear en pares: dos, cuatro o seis animales de cada especie; y al siguiente día, se enterraban en el patio, no sin antes ch’allarlas con alcohol y coca.
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