Poco se ha escrito sobre el Futurismo italiano, y, cuando se lo ha hecho, ha sido para “reír, vociferar y escupir”, al decir de Papini, abogado de los futuristas. Aquí yo no lo hago para derramar tales extravíos vulgares porque los hombres deben mantener siempre el decoro, pero tampoco lo hago para verter laudes a este gran -¿gran?- movimiento artístico del cual Felipe Tommaso Marinetti es su prior y genitor.
El futurismo fue nuevo en 1909 y ya era añejo en 1915. Se presentó como una vanguardia seductora y terminó como un disparate artístico (como es habitual que suceda con las vanguardias artísticas). ¿Que tenía en sus partidarios a hombres de ingenio y cultura?, sí los tenía; sería necio el negarlo.
Los futuristas defienden cosas novísimas, son temerarios, ¡defienden la libertad ante todo! Pero como es natural con las insurgencias filosóficas y artísticas, creen que el libertinaje es la libertad y que el esnobismo, el retroceso. Siempre he pensado algo: libertad dentro del orden. ¿Qué es, pues, en suma, el futurismo? Anarquía artística total: ¡el ancient regime de los clásicos debe ser destruido! La forma futurista e incluso el fondo chocan con el precepto de Winckelmann, y el discípulo de Goethe seguramente tomaría cicuta si le mostrasen arte futurista.
Según Papini, la intención de “desarraigar la cultura pasada” había sido ya tentada bien en manifiestos o bien directamente a través del arte por Whitman, Verhaeren y D’Annunzio, y aun algo más: ¡que todo este movimiento conjugaba con el pensamiento rousseauniano! Pero bien, sigamos con el Mafarka Le Futuriste, de Marinetti. El futurismo abogaba por la libertad en el ritmo (verso libre, etc.), en las temáticas, en las palabras, y todos los futuristas le rendían culto al movimiento, lo cual es bueno, pero lo malo fue la forma en la que asimilaban el movimiento. Se les podía escuchar repitiendo como un leitmotiv la palabra dinamismo, pero era preciso saber qué es lo que querían decir con dinamismo.
Este movimiento era ciertamente una intención artística que derivaba de alguna vertiente literaria francesa, y era además un propósito de glorificar la nación italiana. Busca un nuevo florecimiento de la poesía, un rejuvenecimiento de la pintura y un resurgimiento de la escultura. El futurismo repudia lo viejo y odia lo antiguo; quiere extirpar de Italia a los griegos y sacar a relucir lo más brillante del Quattrocento. Pero no notaron algo: ¡el Renacimiento y el siglo de los Médicis eran esencialmente helénicos!
El futurismo ha dado al mundo obras pictóricas tan esotéricas, como es la Naturaleza Muerta de Soffici, como esculturas inentendibles cual es la Forma de Continuidad en el Espacio de Boccioni. Negando la ley eterna del arte siempre se llega al caos.
Para terminar estas líneas, debemos apuntar algunos últimos criterios y conductas del futurismo.
No podríamos comparar, por ejemplo, a los simbolistas o a los cubistas con los futuristas, sencillamente porque aquéllos intentaron reformar solo un campo artístico, bien la literatura, bien la pintura; en cambio éstos hallaron en el manifiesto futurista un teorema completo y levantaron un grito al cielo en contra del arte antiguo. La infatuación filosófica también nutrió a los futuristas; recordemos a Papini con su Il Crepuscolo dei filosofi y su nueva interpretación del pensamiento filosófico de los grandes pensadores.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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