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Una gran parte de Venezuela transcurre el fin de año más triste y angustiado de su historia, con penurias económicas extremas y sus derechos democráticos embargados por un régimen que hace casi dos décadas asumió las riendas del país con la promesa de administrar mejor los recursos y convertir al país de Bolívar y Sucre en una Suiza sudamericana. La imagen que ofrece el país en esta Navidad es una caricatura cruel de esa promesa.
A sus gobernantes les llevó algún tiempo descubrir que la transformación de una sociedad requería de gran habilidad y honestidad, en particular de desterrar la idea salvaje de que la gente tiene que aprender a ser feliz sin derechos y a palos. El régimen que instauró Hugo Chávez inspirado en Cuba se mostró inviable desde sus primeros años. Siguió el curso que hasta pocos años antes había seguido el país del “socialismo real” de los gulag, con un sistema capaz de producir cohetes intercontinentales y llegar a la luna pero incapaz de producir suficiente mantequilla para sus habitantes. En vez de sustituir la dependencia del petróleo en la que se estancó la economía venezolana, más bien la acrecentó. Nuestro vecino naufragó a pesar de contar con todos los medios para superar el subdesarrollo. Ostentaba los mayores índices de felicidad en el continente, pero nunca fue tan patética la capacidad de un régimen para hundir a una nación.
Cuando los lugares públicos se llenaban con la música de villancicos navideños y se preparaban para recibir el 2017, el régimen asomó su mayor carta financiera: eliminó la denominación monetaria de 100 bolívares y retiró de la circulación legal el 40% del efectivo. El caos fue inmediato y los más afectados fueron los que tenían menos. Filas interminables de personas se instalaron alrededor de los bancos para cambiar su dinero y solo recibir un comprobante de depósito. La Conferencia Episcopal Venezolana reclamó contra la medida devastadora citando al profeta Jeremías: “Mi dolor no tiene remedio, mi corazón desfallece. Los ayes de mi pueblo se oyen por todo el país… Sufro con el sufrimiento de mi pueblo, la tristeza y el terror se han apoderado de mí”.
Horas después Maduro dio vuelta atrás y amplió el plazo de vigencia de esos billetes (son la mayor denominación y cada uno compra tres centavos de dólar en el mercado paralelo). El daño ya había sido hecho. Era curioso pero Maduro decía que trataba de defender la moneda venezolana de ataques que pretendían destruirla. Como es habitual en regímenes de la misma arquitectura, acusó a “la derecha”, al “imperio” y a Barack Obama quien, afanado en hacer maletas, no le prestó mayor atención.
Los economistas no vacilaron en describir la muerte y resurrección temporal de la moneda como una locura desconocida en los anales de la historia económica moderna. Es probable que entre los venezolanos haya cobrado vigor un dicho popular caribeño: “Chivo que se devuelve (regresa) se desnuca”. Los observadores no descartaban que la sabiduría popular exhiba pronto una nueva manifestación que ratifique veracidad de ese refrán.
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