El viejo organista

En una pueblo de España había un viejo organista que era muy querido, y hasta se decía que tenía figura de santo, por su apacible carácter.

Un día cayó enfermo, pero no queriendo dejar de tocar en la misa “de gallo”, se levantó a pesar de la intensa fiebre que le agobiaba, como estaba, y en una silla de ruedas fue conducido hasta la iglesia para que pudiera tocar, presintiendo, además, como él decía, que “ese era el final”.

A la hora de la elevación, tocó como nunca, dejando a los fieles emocionados y con lágrimas en los ojos, más al fin de la consagración quedó muerto sobre su órgano.

Al año siguiente, el párroco de la iglesia contrató a otro organista para que tocara en la “misa de gallo”, y aunque los concurrentes protestaron, porque no creían que pudiera igualar al viejo organista, él se mostró dispuesto.

Los fieles se prepararon con panderos, silbatos y flautas, para protestar en caso de que el postulante no tocara como el anterior, y así hacerle pasar un mal rato al párroco, ya que todos decían que nadie podría igualar al viejo organista.

Sin poderse contener, antes de la elevación, los fieles empezaron a tocar sus panderos, provocando una gran ruido, pero de pronto se calmaron al oír el bello sonido que salía del órgano. Al terminar la misa, el organista se incorporó, pero su rostro estaba desencajado y asustado, se dirigió ante el párroco, para decirle que nunca más toca-ría en ese viejo órgano.

Al año siguiente, pese a la terrible experiencia del año anterior, el maese Juan que así se llamaba el organista, decidió tocar en la “misa de gallo”. Y esa noche, cuando se preparaba a ejecutar en el momento de la elevación, dio un grito de horror y todos volcaron los ojos hacia Juan el organista, que aún estaba de pie, y vieron que nadie había en el órgano, sin embargo, salían de él las melodías más dulces y mejor tocadas como nunca.

Año tras año siguió sucediendo este extraño fenómeno, hasta que el órgano viejo fue cambiado por otro nuevo.

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