Manchas de color

El sapo y la mariposa

Casimiro Prieto


Hija, ¿va usted al baile?– dijo un sapo a una mariposa blanca, de alas de raso, que se había detenido un instante, como fatigada de su vuelo, en un arbusto en flor.

–¿Por qué lo dice usted?– preguntó la mariposa, juntando las alas y dejándose mecer por el céfiro en una de las más flexibles ramas del arbusto.

–Pues lo digo por ese traje hermoso que luce usted y que le habrá costado un dineral.

–¡Bah! Así he venido al mundo. . .

–¿Vienen ustedes las mariposas al mundo en traje de baile? ¡es claro! Su vida es una perpetua fiesta. En cuanto amanece Dios, empiezan las músicas en los nidos, y en cuanto abren sus párpados las estrellas, comienzan los grillo a afinar sus stradivarius. . . ¡Y todo para que dancen ustedes en giros caprichosos por el aire o para arrullar su sueño! no, lo que es para mí y mis congéneres, no se tomarían a buen seguro ese trabajo. ¡Ah! ¡qué felices son ustedes las mariposas! ¡siempre de jolgorio! ¡y cuidado si se regalan con mieles y perfumes!

–Y usted, ¿no es dichoso?

–¿Cree usted que puede ser dichoso un sapo? ¡el ser más desgraciado de dota la fauna! Para nosotros no hay más conciertos que los de los charcos ni más diversión que los ejercicios acrobáticos de las ranas. Mientras ustedes lucen brillantes trajes de raso, nosotros andamos. . . ¡ya ve usted! ¡en cueros vivos! En el banquete de la vida no tenemos cubierto; ¿ni cómo habían de admitirnos en un estado tan poco. . . presentable? ¡ay! En nuestro menú no figuran las rosas. . .

–Pues al alcance de ustedes están. . .

–¿Y qué sacamos con eso, si carecemos del arte necesario para extraer su dulce néctar? ¿quiere usted desdicha mayor que la nuestra? Si yo hubiese nacido mariposa, sus nectarios no tendrían secretos para mí, y después de una orgía de mieles en el cáliz de una rosa, me bañaría en las ondas luminosas del espacio, lejos de este negro lodo donde ando a salto. . . de mata. ¡Ah! Confiese usted que mi suerte es mucho más triste. Yo no sé dónde nacen ustedes las mariposas; he oído a un naturalista muy sabio y muy majadero, que viene aquí todas las tardes a estudiar la naturaleza, no sé qué cuentos de larvas y crisálidas, pero a mí nadie me quita de la cabeza que ustedes no nacen en la tierra, sino que bajan del cielo. . . ¡y por eso son tan felices! He notado que después de las tormentas de verano aparecen ustedes muy numerosas en el aire azul. . . y es, sin duda, que el arco iris se deshace en mariposas. . .

–Veo que tiene usted una imaginación de poeta.

–¡Como que ando en cueros!

Iba a proseguir el sapo lamentando su triste suerte y ponderando la felicidad de los seres que nacen bellos, como las mariposas, cuando vio acercarse cautelosamente un niño al brillante insecto. . .Quiso advertirle del peligro que corría, pero aquel pequeño verdugo no le dio tiempo: rápido como el pensamiento, asió de las blancas alas a la mariposa y la clavó con un alfiler en el arbusto en flor.

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