Malinche, la indígena amante de Hernán Cortés que fue odiada por defender al Imperio Español

El 2 de diciembre de 1547 falleció Cortés. Un hombre conocido posteriormente por ser un mujeriego que despreció a la que fue una de las madres de sus hijos en el Nuevo Mundo.


Malinche, la traductora indígena junto a Hernán Cortés - WiIKIMEDIA.
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“Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovecharía para que, en la vejez, tuviera descanso. Y así ha cuarenta años que me he preocupado en no dormir, malcomer (…) dilatando el nombre y el patrimonio de mi Rey”. Con estas palabras se lamentaba -durante la última fase de su vida- Hernán Cortés. Por aquel entonces ya poco quedaba del hombre que había conquistado México y había vencido a los aztecas en la batalla de Otumba décadas atrás.

De ese espejismo tan solo había ya un anciano achacoso que apenas pudo confesarse y al que le fue casi imposible firmar su propio testamento. Su estado era tan penoso que, el 2 de diciembre de 1547, falleció mientras trataba de regresar al Nuevo Mundo para morir. Dejó este mundo como un mujeriego. Sin embargo, hubo una mujer que siempre permaneció en su memoria: “La Malinche”. Una traductora indígena (a la que posteriormente traicionó) que acabó siendo odiada por su pueblo por combatir por el Imperio Español.

DOÑA MARINA

¿Cómo comenzó el amor entre estas dos personas de mundos tan distantes? Su origen hay que buscarlo en la batalla de Centla (México), una contienda acaecida en 1519 en la que Cortés arrasó a un contingente indígena gracias a la potencia de su caballería. “Aquella fue la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en la Nueva España”, afirmaría posteriormente el cronista Bernal Díaz del Castillo, contemporáneo del conquistador y presente en la expedición, en su obra “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”.

La victoria fue tan contundente, la visión de los equinos que llevaban los soldados tan estremecedora, que los jefes locales se presentaron poco después en el campamento de aquellos “barbudos” para solicitarles la paz. El miedo, que suele tener ese efecto. Sin embargo, no acudieron con las manos vacías. Como si fueran los Reyes Magos (muy tradicionales en esta fecha) se presentaron con todo tipo de regalos, entre ellos, una buena cantidad de oro.

Pero no solo eso, sino que también entregaron a Cortés unos regalos más llamativos en penitencia: un grupo de chicas jóvenes. “No fue nada todo este presente en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer”, afirmaba Bernal Díaz. Entre ellas se encontraba, en palabras del propio cronista, una tal Malinaalli Tenépatl. Una joven “de buen parecer, entretenida y desenvuelta” que pronto llamó la atención a la tropa.

En principio, el conquistador se la entregó como muestra de respeto a Alonso Hernández pero, posteriormente, se sintió tan atraído por ella que acabó mandado al militar de vuelta a España para no tener enemigos contra los que combatir en lo que se refiere al campo de la batalla del amor.

Así lo afirma el divulgador histórico y escritor José Luis Hernández Garvi en su popular obra “Adonde quiera que te lleve la suerte” (Editada por Edaf): “Cortés se las arregló para quitar de en medio a Alonso, y el 26 de julio de 1519 lo envió de regreso como su emisario ante la Corte de Carlos I”. Para entonces, esta nativa ya se había convertido en “doña Marina” después de haber sido hecha cristiana. Todo ello, gracias a la ayuda del sacerdote de la expedición (y también intérprete -o “lengua”, como les solían llamar-) Jerónimo de Aguilar.

“Cortés convirtió a la sumisa doña Ma-rina en su amante”.

“El mismo fraile, con nuestro lengua Aguilar, predicó a las veinte indias que nos presentaron muchas buenas cosas de nuestra santa fe, y que no creyesen en los ídolos que de antes creían, que era malos y no eran dioses, ni les sacrificasen, que las traían engañadas, y adorasen a Nues-tro Señor Jesucristo. Luego se bautizaron, y se puso por nombre doña Marina a aquella india y señora que allí nos dieron, y verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos, y bien se le parecía en su persona”, explica Bernal Díaz del Castillo.

A partir de entonces ya no hubo vuelta atrás, ambos se hicieron amantes. O, en palabras de Garvi, “Cortés convirtió a la sumisa doña Marina en su amante”.

UNA BUENA “LENGUA”

A pesar de que, desde entonces, ambos mantuvieron una relación, la importancia de doña Marina no se materializó hasta la Semana Santa de 1519. Fue entonces cuando llegaron hasta San Juan de Ulúa, una población en la que fueron recibidos por los emisarios del emperador de los aztecas, Moctezuma. El amo y señor de la riqueza y el oro de la región. El conquistador trató de hablar con ellos, pero en principio le resultó imposible debido al idioma. Tampoco tuvo mejor suerte Jerónimo del Aguilar, quien desconocía qué diablos decían aquellos personajes.

Lo cierto es que aquello no era extraño, pues solo hablaban un endiablo dialecto sumamente concreto llamado náhuatl. Por entonces doña Marina no entendía ni papa de castellano, pero conocía tanto el maya como el náhuatl. Aquí estuvo la salvación del conquistador. “Cortés la llamó entonces a su lado y, a través de Jerónimo de Aguilar, le explicó que tradujera lo que le decían del náhutl al maya”, añade Garvi.

Su ayuda fue más que determinante, pues gracias a ella Cortés pudo saber que las intenciones de aquellos indígenas eran amistosas. Esto es, que venían en son de paz (y con muchos regalos, todo hay que decirlo) de parte de Moctezuma. Y no con ganas de liarse a bofetadas con aquellos “semidioses barbudos”. Más allá de la negociación, el conquistador descubrió que tenía un diamante en bruto con la que era su amante, y que -si esta tenía facilidad para los idiomas- tendría a una auténtica políglota entre sus filas.

Por ello, fomentó que doña Marina aprendiera el castellano. Una meta que, poco a poco, su bella “novia” logró. “Cuan-do dominó perfectamente el castellano, desplazó a Jerónimo de Aguilar a un segundo plano”, destaca Garvi. De esta forma, no se limitó a ser una concubina y una cocinera (las dos tareas que solían desempeñar las mujeres indígenas que acompañaban a los conquistadores) sino que se convirtió, en palabras de los expertos, en la consejera, secretaria e intérprete de Cor-tés. Algo sumamente extraño en la época.

Bernal Díaz del Castillo se deshizo en elogios hacia ella en todos sus textos: “En las guerras de Nueva-Es-paña, Tlascala y México fue tan exce-lente mujer y buena lengua, como ade-lante diré, que a esta causa la traía siempre Cortés consigo”. Pero no solo eso, sino que también afirmó que su ayuda supuso “el gran principio para nuestra conquista” e hizo que la pros-peridad llegara al ejército de Cortés.

El conquistador, por su parte, afirmaba que no podría haber “tratado con los indios” sino fuese por ella y que era su gran “faraute” (aquellos que interpretan las verdaderas intenciones de dos inter-locutores que hablan una lengua dife-rente). Garvi es de la misma opinión: “Respondiendo a la confianza que se ha-bía depositada en ella, supo trasladar a los pueblos precolombinos de México los pun-tos de vista de los conquistadores espa-ñoles”.

LAS TRES TRAICIONES

Pero... ¿Por qué se considera a doña Marina (posteriormente “La Malinche”) una traidora a su pueblo? ¿Por qué, hoy en día, se tiene un recuerdo de ella más que negro en México? Las razones son varias. Para empezar, la amante de Cortés no tenía problemas en cargar contra los dioses indígenas como forma de desprestigiarlos. Con todo, algunos escritos posteriores re-cogidos por Rosa María Grillo (de la Uni-versidad de Salerno) en su dossier “El mito de un nombre: Malinche, Malinalli, Malin-tzin”, afirmarían que terminó criticando severamente el cristianismo. Aunque, como señala la experta, es posible que dichos informes fueran redactados después de la época colonial para tratar de que el perso-naje fuera más admitido a nivel social.

La segunda traición de doña Marina está documentada y se produjo en la ciudad de Cholula. Según explica el historiador Chris-tian Duverger en su libro “Hernán Cortés, más allá de la leyenda”, los soldados del conquistador llegaron a esta región en oc-tubre de 1519 junto a un ejército de unos 100.000 indígenas que se habían aliado con ellos. Los políticos (enviados por Moc-tezuma) recibieron con las puertas abiertas a los españoles, aunque no permitieron que el grueso de los aliados accedieran a la urbe. ¿Sospechoso? Desde luego, pero el conquistador no andaba precisamente para desechar ayuda ni simpatías ajenas. A los pocos días la estancia se convirtió en enig-mática, pues los emisarios empezaron a mostrarse distantes.

El enigma continuó hasta el 17 de octubre. Durante la noche de aquel día, Garvi afirma que una noble anciana de la zona se las ingenió para llegar hasta donde dormía “La Malinche” y le desveló que ha-bía 2.000 guerreros preparados en el interior de la ciudad para pasar a cuchillo a los españoles. La avisó con el objetivo de que se casara con su hijo. “Doña Marina la escuchó atentamente al mismo tiempo que procuraba mantener la calma, preguntando a la vieja india sobre los detalles de la con-jura”, señala Garvi. Posteriormente, doña Marina se excusó ante la anciana... y fue a contarle todo a su querido Hernán, quien no dudó un segundo y arremetió contra sus enemigos a base de espada y caballo.

“A la mañana siguiente, las mujeres y los niños, que habían sido evacuados en pre-visión del asalto, regresan. No hay alegría alguna en el triunfo español; el propósito de Cortés no era verter la sangre de los indios. Contrariado, hará levantar una cruz en la cúspide de la gran pirámide y traba-jará en la reconciliación con Tlaxcala y Cholula, que se habían enfrentado a causa de su presencia”, completa, en este caso, Duverger. Según parece, Moctezuma ha-bía cambiado de opinión y ahora conside-raba que los españoles no eran bien reci-bidos en su palacio.

“Para evitar la humillación de verse cautivo, Moctezuma ofreció como rehenes a uno de sus hijos y a dos hijas, pero chocó con la determina-ción del caudillo”.

La tercera traición de “La Malinche” se produjo cuando, tras llegar a Tenochtitlan (la capital del imperio y donde residía Moctezuma) Cortés se entrevistó con el mismísimo emperador. Según señala Fran-cisco Martínez Hoyos en su obra “Breve historia de Hernán Cortés” aquel día el conquistador culpó al hombre más pode-roso de los aztecas de perpetrar un ataque contra sus hombres en la costa. Este se lo negó, y se propuso hallar a los culpables y castigarles. Pero aquello no fue suficiente para el español, quien ordenó apresarle y advirtió que, en el caso de negarse, sería ejecutado allí mismo.

“Para evitar la humillación de verse cau-tivo, Moctezuma ofreció como rehenes a uno de sus hijos y a dos hijas, pero chocó con la determinación inflexible del caudillo. En cierto momento, preguntó a la Malinche qué había dicho uno de los capitanes cas-tellanos, que se estaba poniendo nervioso y quería cortar por lo sano. La intérprete aprovechó para convencerlo de que más le valía obedecer si deseaba seguir con vida”, determina el escritor galo. Al final, el emperador pasó por el aro, pero aque-llas palabras le valieron a la “lengua” su tercera traición a su pueblo, así como su futuro odio eterno.

EL MUJERIEGO CORTÉS

¿Cómo era realmente la relación entre doña Marina y Hernán Cortés? La mayo-ría de autores coinciden en afirmar que los dos llevaban su amor en el más es-tricto secreto. Garvi, por su parte, añade que Cortés estuvo totalmente enamo-rado de ella en los primeros años. Ambos incluso llegaron a tener un hijo: Martín Cortés, nacido en 1522 y posteriormente desterrado a España.

De hecho, en una ocasión estos senti-mientos casi le costaron entrar en con-flicto con algunas tribus de indígenas. “Mientras Cortés intentaba convencer a los tlaxcaltecas para que se unieran a su lucha, como gesto de buena voluntad sus futuros aliados le ofre-cieron cinco jóvenes indí-genas que habían acepta-do ser bautizadas. Una de ellas era la hija de un viejo cacique que no dudó en entregársela a Cortés para que la tomase como espo-sa”, según el autor español.

Cortés, sin saber qué diantres hacer, acabó en-tregándosela en matrimo-nio a Pedro de Alvarado, a quien -según dijo para relajar la situa-ción- consideraba como su hermano. Al final, todo se solucionó.

La relación oculta entre ambos se mantuvo hasta meses después. Todo ello, a pesar de que Cortés tenía una esposa esperándole. Sin embargo, re-pentinamente las muestras de cariño se transformaron en desidia. Y la desidia, en rechazo. De hecho, el conquistador no tardó en empezar a amontonar nue-vas conquistas amorosas y en ser con-siderado todo un mujeriego (sin tener problema en que sus conquistas estu-vieran o no casadas). Al final, olvidada y despechada, “La Malinche” fue casada en 1524 con Juan Jaramillo por orden de nuestro protagonista. Aquel fue el final de lo que, durante años, había sido una bonita historia de amor.

FUENTE: ABC_Historia

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